Malditos colmillos

A Sevilla le sobran gurús de la inquina, valientes de taberna, simpáticos sin gracia, cofrades iluminados que creen tener la razón, listos de nuevo cuño sin alma

01 oct 2017 / 00:01 h - Actualizado: 30 sep 2017 / 23:28 h.
"'La Pasión'","Semana Santa 2017"
  • Malditos colmillos

En una ocasión le dije a un médico que Sevilla era adictiva, que su Semana Santa, por ejemplo, se colaba en el torrente de las venas y que debía existir algún mecanismo biológico mediante el cual tus rodillas se doblaban, flaqueaban las piernas y rendías todo tu ser ante la belleza insultante de una ciudad que sabe, como una hermosa mujer, que lleva ganada más de la mitad de la partida que juega el corazón. No quiero a Sevilla más que nadie, pero nadie la quiere más que yo. La adoro, con toda mi alma, más de lo que permite cualquier manual de la razón y del sentido común.

Pero tiene algo que detesto. Un defecto de dimensión especialmente notable. Lo peor que tiene Sevilla es una jauría de colmillos afilados que viven sus días exclusivamente para sacar punta, para hacer leña, para incendiar, para envidiar y meter los dedos en las llagas, existan o no. Lo peor que tiene Sevilla es que le da cobijo a muchas personas tan valientes en la barra del bar como cobardes en el cara a cara. Destilan odio y respiran maldad, manejan una especie de ironía extrema para encubrir sus miserias y enmascaran, disfrazada de opinión y bajo el manto de una libertad mal entendida, toda su mala leche.

Parece darles alegría cualquier evento delicado, por ejemplo, en el seno de una hermandad, se felicitan –sólo hay que mirarles la cara– cuando tiene lugar un suceso susceptible de agravios y no pierden ni un minuto en airear noticias, vídeos, fotografías o cualquier documento virtual para seguir dando rienda suelta a un odio mal enfocado en el universo asqueroso (porque incluso les permite ocultarse) de internet.

Pero no hablo de las redes sociales, no. Hablo de esas personas que presumen habitualmente de todo lo que no son y hacen las veces de maestros de unas materias que realmente desconocen. Pero ejercen de jueces autoritarios y vierten, más bien vomitan, opiniones (verdes, con bilis abundante) llamadas siempre a escocer, a buscar el dolor del otro, a manchar de alquitrán las sábanas blancas.

A Sevilla le sobran gurús de la inquina, valientes de taberna, simpáticos sin gracia, cofrades iluminados que creen tener toda la razón, malintencionados que buscan provocar antes que informar, listos de nuevo cuño que no han mamado el sacrificio, el respeto y la educación. Grupitos de gente sin alma.

Sevilla me mata cuando la miro y me rebela cuando tengo que admitir, como hoy, que en esta tierra bendita sobra la guasa mala, ese odio maquillado y cruel. Ese río de envidia que se abre hasta la mar. Qué grande sería esta tierra sin esa gentuza. Y distinta, y armónica, y dulce. Me acabo de quedar a gusto. Y triste... Malditos colmillos.