Mañana, España será camaronera

Este domingo 2 de julio se cumplen 25 años de la muerte de uno de los grandes genios de la historia del flamenco, Camarón de la Isla. Para sus miles de seguidores nadie fue más grande que José Monge Cruz

Image
Manuel Bohórquez @BohorquezCas
30 jun 2017 / 22:55 h - Actualizado: 30 jun 2017 / 22:21 h.
"Flamenco","Desvariando","Camarón"
  • Mañana, España será camaronera

En el flamenco somos muy dados a conmemorar las efemérides. Mañana, España será camaronera porque se cumplirán 25 años de la muerte de uno de los grandes genios de la historia del cante flamenco, Camarón de la Isla. Murió joven, con 41 años, lo que agigantó aún más su figura, aunque ya era uno de los más grandes. Para algunos, más que don Antonio Chacón, Manuel Torres, la Niña de los Peines, Manuel Vallejo, Pepe Marchena, Manolo Caracol y Antonio Mairena, y a ver quién tiene bemoles de discutirles esto a los camaroneros.

Para sus seguidores, que se cuentan por decenas de miles en todo el mundo, nadie fue más grande que José Monge Cruz, aquel niño gitano que despuntó como cantaor en la célebre Venta de Vargas, de San Fernando, su tierra natal, y que llegó a ser tan famoso o más que los citados maestros. Lo de si fue mejor que ellos, esto entra ya en el terreno de lo subjetivo, porque no hay manera de medir estas cosas, aunque algunos se empeñen en hacerlo con métodos alucinantes.

De hecho existen ya hasta programas informáticos para evaluar la calidad de las voces flamencas y se quedarían turulatos de las conclusiones a las que han llegado los expertos en el manejo del ingenio tecnológico, que no tiene en cuenta si el cantaor es o no gitano, si nació en Triana o en Jerez o vino al mundo con el duende pegado a la piel o lo adquirió en alguna de esas escuelas de cante que se han puesto tan de moda, de las que salen cantaores en serie, como las latas de conserva.

Enrique Montiel, uno de sus biógrafos, paisano del genio, buscó un titular inequívoco para hacer la primera biografía del artista: Camarón. Vida y muerte del cante. ¿De todo el cante? Esto ocurrió también con Franconetti, Torres, Caracol, Marchena y Mairena. Recuerdo que cuando murió Antonio Mairena, en 1983, estuve en el entierro y presencié cómo en una reunión en un bar de la plaza de las Flores lloraban no por el cantaor, sino por el cante. Y ya ven, después de treinta y cuatro años de su marcha, el cante sigue vivo.

Enrique Morente me llamó por teléfono el día del entierro de Camarón para que fuera con él y otros amigos de Sevilla y me comentó, apenado, roto, que se le había pasado por la cabeza dejar de cantar. Ese mismo día, otro cantaor, sevillano, al ser preguntado que si era un día triste para el cante, respondió: «Para el cante no, para los camaroneros». Era un día de un calor insoportable y las cabezas estaban de aquella manera. Se había muerto Camarón, pero no el cante flamenco.

El día de su muerte la noticia me pilló durmiendo. Esa noche, antes de acostarme, un familiar de Camarón me llamó para decirme que la cosa estaba muy fea. Me costó coger el sueño y cuando me despertó Antonio Herrero, con aquella voz enérgica con la que comenzaba cada mañana su programa de radio, dando la noticia, estaba soñando que un amigo había venido a decirme que José había muerto, lo que me despertó de manera brusca. Encendí la radio para ver si era verdad y todo fue ponerla y salir el entrañable periodista diciendo que había fallecido.

Lo que fue Camarón en el mundo del cante flamenco no admite muchas discusiones, porque fue un genio, un cantaor asombroso, único. En lo que lo han convertido sus imitadores y apóstoles en estos veinticinco años, es otra historia, porque han tratado como si fuera Dios al artista más humilde que he conocido. Incluso le dieron la Llave del Cante a título póstumo, como si ese galardón, que solo se había dado a cantaores vivos, reconociera lo que no se le había reconocido en vida.

Alguna vez he leído que Camarón no había creado nada, ningún palo nuevo. ¿Les parece poco crear un estilo nuevo, una manera diferente de cantar lo jondo? Y han puesto como ejemplos la bambera de la Niña de los Peines o la colombiana de Pepe Marchena. La bambera no la creó la Niña de los Peines, era un cante popular que su marido, el también cantaor Pepe Pinto, grabó como pinteras, antes de que Pastora grabara su versión de la bambera. Y la colombiana de Marchena era también una canción popular arreglada por Montes.

Camarón no fue compositor, sino un intérprete genial, con una voz absolutamente personal, que revolucionó el mundo del cante. Niño esponja, supo absorber lo que le gustaba de maestros de su tiempo y todo lo hizo suyo al pasar por el tamiz de su garganta, una garganta castigada desde su infancia que, curiosamente, le duró hasta el final de sus días porque nació con una técnica natural. Y esa técnica le sirvió para crear no un palo nuevo –algunos cantaores han quedado en la historia por un fandango personal–, sino un estilo.

La mejor manera de conmemorar esta efeméride, la del primer cuarto de siglo de su muerte, sería no seguir tratándolo como a un dios, sino analizando objetivamente su obra y recordándolo como lo que fue, un genio del cante y un músico increíble, pero también, un ser humano sencillo al que le gustaba escuchar a todo el que tenía algo que decir en el cante y, sobre todo, comerse un tomate con sal sentado en una acera y reírse con aquella media sonrisa que, como una mueca dolorosa, me recordaba a la de Tomás Pavón.

Hay que tener cuidado con las efemérides flamencas porque a veces van contra el propio artista. Quizá habría que evitar los excesos, el protagonismo de los figurones, a los que buscan el negocio y hablan o escriben de él como si hubiesen comido en su mismo plato. Se fue hace veinticinco años y se llevó la silla en la que tantos han querido sentarse y no han pasado de imitarlo burdamente no entendiendo para nada su mensaje y su obra.

Mañana, España será camaronera. Mientras llega el día, disfruten de su voz y de su talento. Nada más que eso.