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María Jiménez y María Teresa Campos. / EFE
Se nos van, a la vuelta de dos días, María Teresa Campos y María Jiménez. A ninguna de las dos les hizo falta estudiar la carrera de Feminismo, pero la ejercieron hasta el último día. Ya descansan, y en paz. Se acabó, han dicho ambas en distintos momentos de su vida privada y laboral. Y ese se acabó se convirtió mucho antes que el de ahora, tan construido, en un zapatazo sobre el escenario, sobre la casa, sobre el plató, sobre la vida misma de unas mujeres a las que les tenían calculados, hasta entonces, los centímetros de la falda, de los pechos y del discurso.
Ambas andaluzas -con algo de determinación árabe- se cayeron de sus respectivos caballos cuando también se les cayeron las escamas de los ojos de una realidad que les tenía preparado el guión. Se acabó, dijo la primera cuando se propuso hacer televisión a su manera. Se acabó, cantó la segunda cuando, en plena Transición española, tuvo que sufrir su propia transición, arriba y abajo de los escenarios.
Ahora que acaban de acabar sus vidas en este mundo, resuena el estribillo que ambas convirtieron en lemas vitales con algo de nostalgia enmohecida. Oprimidas a pesar de los brillos y las luces falsas, ambas supieron sobreponerse a situaciones que parecían inamovibles. Innovaron, arriesgaron y abrieron caminos, arriesgadamente, para tantísimas mujeres que vinieron después. La gran diferencia, la gran lección de autenticidad, es que ellas dos, en distintos ámbitos pero siempre a cara descubierta, ejercieron el Feminismo sin ostentar un carné. El legado que dejan, con su propio coraje, puede y debe constituir material suficiente para el sesudo estudio universitario sin que nos importe el género. Adelante.
