Viéndolas venir

Marta y el tiempo de las mentiras

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Álvaro Romero @aromerobernal1
30 nov 2021 / 09:37 h - Actualizado: 30 nov 2021 / 09:43 h.
"Viéndolas venir"
  • Marta y el tiempo de las mentiras

Cuando mataron a Marta del Castillo, mi primer hijo no había nacido aún, aunque hacía días que nos habíamos enterado de la buena nueva. El horrible caso de la chica sevillana inundó a continuación todos los medios de comunicación hasta la saciedad. Sobre todo porque convirtieron en un auténtico culebrón las versiones de los asesinos. Un juego macabro. El padre de la chica hablaba por la tele y parecía ido. Lo normal para no tomarse la justicia por su mano. De la madre sacaban solo imágenes. Lo que bulle en el corazón humano nunca sale en la tele. Y la cosa se alargó durante meses, durante años. Cada 24 de enero, recordaban la efeméride. El abuelo de Marta sustituyó durante una temporada a los padres en las apariciones televisivas. Y los asesinos se dedicaban a mentir de forma truculenta, rizando el rizo de la paciencia infinita de la justicia en un estado del bienestar.

Han seguido pasando los años y mi hijo ha entrado en el instituto, y hoy tiene dos hermanas más. La vida va pasando. Y ahora, desde la cárcel, uno de ellos -ya no recuerdo ni los nombres ni me ocupo de distinguirlos- acusa a otro de ellos en una carta en la que reclama el tiempo de la verdad y no sé qué más. Lo que no sé es cómo el alma humana -y estoy pensando en los padres de Marta- no se sale del cuerpo para reventar ya, definitivamente, después de más de doce años de mentiras rizadas, solapadas, recortadas, manipuladas, pringosas y vueltas del revés.

Creo que en el año 2009 nacieron muchos niños y niñas cuyo tierno torrente de amor combatió una de las tragedias más hondas del siglo XXI sevillano y español. Hoy, todos ellos están en el instituto ya, acercándose progresivamente –tiempo fugit- a la edad que tenía Marta del Castillo cuando la mataron y la hicieron desaparecer nadie sabe cómo aún. De Marta sigue vigente su nombre, su causa, la lucha incombustible de su familia y un relato de terror suplementado ahora con ese folletín desde la cárcel al que algunos de sus asesinos o compinches nos quieren acostumbrar. El peor favor que le podríamos hacer ahora a la memoria de Marta sería darle carta de naturaleza a la última de las mil y una versiones de este cuento de nunca acabar.