Ya es oficial: es falso que los españoles estemos deseando ver miserias, insultos, gritos, escarnios o casquería sentimental, en la televisión y a todas horas. Es falso y si existe una alternativa que consista en pasar un buen rato, divertirse con los personajes, aprender algo nuevo o emocionarse con la parte más noble de las personas, los españoles eligen esos programas en los que se les muestra la parte amable de la realidad.
MasterChef Celebrity acaparó el 16 por ciento de cuota de pantalla la noche del lunes y eso significa que reunió ante el televisor a 1.512.000 personas que se traducen en 4.849.000 espectadores únicos. Este es un dato muy importante que coloca el programa en un lugar privilegiado respecto a la televisión de España.
Los que defienden que lo cutre y el alboroto es lo que demanda el personal se equivocan. Solo parte de los españoles (bastantes menos de lo que ellos quisieran) demandan basura y violencia verbal; solo algunos quieren disfrutar con las entrañas de los conflictos personales y con lo más bajo de las personas. Solo algunos. Punto. Las estadísticas son objetivas.
MasterChef no es un programa con el que se aprenda gran cosa de cocina. No se nos entregan las recetas (nos remiten a libros publicados con muchas de ellas, pero nada más), no se explican con detalle las elaboraciones ni nada de eso. Pero se entiende la progresión de los que quieren aprender, la cultura del esfuerzo y el sentido de la solidaridad o del compañerismo. Claro que existen roces entre los participantes, claro que alguno de los aspirantes a ganar el concurso se deja ver por el lado más gris, pero lo que impera es lo otro, eso que llama tanto la atención en un mundo tan superficial y tan individualista como el que estamos construyendo: el grupo y la pasión por lo que se hace. Y esa es, precisamente, la gran característica de MasterChef en todas sus formas, la que más gusta.
Ya estamos a punto de conocer al ganador de esta edición y el interés crece sin límite. Nos hemos puesto del lado de nuestro favorito aunque nadie nos pide que echemos espuma por la boca al apoyar a uno u otro de los concursantes. Nadie nos invita a pasar a la sala de despiece de personas que nos preparan en otras cadenas y, además, no soportamos un millón de anuncios publicitarios.
Esto es lo que hay aunque los que no dejan de facturar un dineral llenándose las manos de mierda insistan en que lo que nos gusta es la morralla.