Lo malo no puede generar nada bueno. Es así de simple. Y que un sacerdote abuse de niños no puede desembocar en algo puro, cristalino, bondadoso y especialmente cristiano. Es así de simple.

No seré yo el que justifique que un muchacho de 19 años se lleve por delante a un sacerdote de más de 90. Sea lo que sea lo que haya ocurrido, es la justicia la que se tiene que encargar de ello. Hay que denunciar a la policía. Pero tampoco voy a justificar la pedofilia, ni el silencio en las diócesis en las que ha estado ese sujeto perverso vestido de sacerdote que abusó de niños durante años. La culpa de este desastre no es exclusiva del joven asesino. El obispo que sabía lo que estaba sucediendo y que lo ocultó es tan responsable como los demás. Y si es cierto que el padre del muchacho también sufrió abusos por parte del mismo cura, todo se convierte en un disparate descomunal.

Los casos de pedofilia dentro de la comunidad cristiana son muy numerosos. Da miedo pensar en ello. Y la ceguera de los que siguen apoyando actitudes inexcusables de los sacerdotes es repugnante. Son infalibles cuando se trata de juzgar a las mujeres que abortan y completamente laxos al valorar los abusos de menores en las parroquias de todo el mundo. En España hay unos cuantos.

Si Dios existe, ya les digo yo que no debe estar nada contento con sus representantes en la Tierra. Si Cristo volviera a encarnarse sería asesinado de nuevo y por los mismos; porque no serían capaces de reconocerle y no lograrían interpretar sus palabras.

Tal vez esa salvajada inexcusable de clavar un crucifijo en la garganta de un sacerdote pedófilo es la metáfora de algo. No lo sé. De lo que sí estoy seguro es de lo terrible que es el mundo. Y de lo poco que hemos aprendido de Dios. Exista o no, a lo que muchos creen que es su palabra no le hacemos ni caso. Pero ni caso.