Maverick y el tiempo en pasado

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10 jun 2022 / 09:27 h - Actualizado: 10 jun 2022 / 13:53 h.
  • Maverick y el tiempo en pasado

De entrada, es más que loable que una película espere lo necesario para ser estrenada como deber ser. Pertenezco a ese público cinéfilo que asiste de manera constante al visionado en versión original, constatando el placer de una manifestación artística que necesita la proyección en gran pantalla para que se produzca el milagro de su esencia. Peinando canas o con entradas alopécicas, somos ya una generación a extinguir las que mantendremos abiertas las salas clásicas cinematográficas hasta que solo queden espacios asociados a centros comerciales como una parte más del ocio masivo. Las plataformas digitales y televisivas cubrirán un amplio espectro audiovisual dirigido al consumo general de una sociedad compartimentada y aislada en su reducto habitacional o abducido sensorialmente en la pantalla de smartphone y cascos inalámbricos.

He leído no hace mucho que los cuarentones (y por extensión podemos incluir a la siguiente decena que traspasamos el medio siglo), somos en este momento objetos de interés a mimar, dado el suponible nivel adquisitivo superior a la media y el bagaje cultureta-intelectual aplicable a diferentes productos del ámbito creativo, literario o escénico. No se engañen en el trato preferente, el implacable mercado simplemente muerde donde hay más chicha, pero seremos desechables en el momento que no se saque más jugo.

La nostalgia vende y no puedo evitar recordar las emociones de ir a ver con 16 añitos Top Gun en el cine Victoria, hoy desaparecido y por entonces tratando de sobrevivir con alternancias sórdidas de cine X. Pasados 36 añazos y como se podrá entender, se produce una conexión mística, nerviosa, e infantilmente ingenua cuando acomodado en mi asiento –a partir de aquí puede contener trazas de spoiler– empieza Top Gun Maverick con el sonido de campana en los primeros acordes de sus Main Titles (que para más inri ya has escuchado y visto mil veces en el tráiler pandémico), y se despliega idéntico y maravilloso publirreportaje de operaciones aeronavales en cubierta que en la precuela ochentera, con un mágico déjà vu en el que los que además somos grandes aficionados a la aeronáutica, distinguimos alucinados la convergencia visual de la postcombustión de los turbofán General Electric F414 del F/A-18E/F Super Hornet frente a los Pratt & Whitney TF30 del mítico F14A Tomcat...disculpen el pegote, pero no me puedo contener.

Hago un inciso justificativo personal de lo que quizás les parezca frivolidad al ensalzar un Blockbuster (con demanda de plagio y éxito millonario en taquilla), frente a otras reflexiones y obras más sesudas. Acumulo textos y críticas especializadas que abordan el cine clásico, de autor, vanguardia o de diversas temáticas específicas, y si tuviera que responder en una hipotética pregunta sobre mis directores favoritos, puedo hacer una erudita enumeración alfabética con Allen, Aristarain, Berger, Campanella, Camus, Coppola, Eastwood, Erice, Ford, Garci, García Berlanga, Gay, Guédiguian, Haneke, Hathaway, Hawks, Hitchcock, Jarmusch, Kubrick, Leconte, Lee, León, Lucas, Mann, Nolan, Östlund, Peckinpah, Phillips, Pollack, Rodríguez, Rosales, Rossellini, Saura, Scorcese, Scott, Sorín, Sorrentino, Spielberg, Sturges, Tarantino, Tornatore, Von Trier, Vinterberg, Weir, Wicki, Wilder, Zemeckis, para terminar con un pedante “entre otros muchos”.

Pero cierto también es que no habría por qué hacer ascos a un tipo de cine-espectáculo que si está bien planteado y se asume como lo que es, bienvenido sea el placer de su disfrute. En este sentido no habría que confundir ligereza con banalidad (un mal endémico de nuestro tiempo al que dedico mucha ira personal), pudiendo compaginar con naturalidad aspectos de clara comercialidad con dosis de una cultura global-audiovisual que conecta tiempos, espacios y generaciones. Pensemos en el valor intrínseco, artístico y patrimonial de referentes fundamentales como la Marcha Imperial de Star Wars, el DeLorean de Marty McFly y Doc, el Fedora y la cazadora Wested de Indiana, o escuchar de nuevo los compases-letras de Bernstein y Sondheim en el reciente remake de West Side Story.

Volvamos a Maverick para centrarnos en una derivación analítica de lo que en realidad creo trasfondo nuclear del film: el tiempo como discurso vital. Una primera disección nos hace encajar actuantes, personajes y años transcurridos, que según el caso van desde el pacto con el diablo de Tom Cruise, la enfermedad-vejez real de Val Kilmer (Ice) o un Rooster (Miles Teller) como el hijo crecido y alter ego de su compañero caído Goose (Anthony Edwards). Polémicamente cierto ha sido que no aparezca Charlotte “Charlie” Blackwood (Kelly McGillis), con justificaciones forzadas del director que no ocultan que sea el físico actual de la actriz lo que ha impedido su inclusión. Hubiera valido que la relación no funcionó, que fue una pasión fugaz o dibujar algún encuentro de dulzura agónica como el que tiene con su amigo y superior Tom Kazansky. Cierto es y sin pretender un veredicto paritario de género y belleza, que tampoco aparecen figuras fundamentales del pasado como su instructor Viper (Tom Skerritt), que otras como Carole Bradshaw (Meg Ryan) han pasado a mejor vida obra y gracia de guión, y que alguna cara nueva despliega vejez sin piedad, como el caso del Contraalmirante Chester «Hammer» Cain (Ed Harris).

La pirueta bien lograda no es otra que insertar una historia primaria del Capitán Pete Mitchell, hábilmente mencionada en la primera parte de la saga cuando Stinger (James Tolkan) abronca a Maverick y Goose y le recuerda su historial de vuelos rasantes, que incluye a la hija de un almirante, Penny Benjamin. No voy a negar que Jennifer Connelly cumple a la perfección con ese imaginario de estupenda mujer madura e independiente que se solapa (que no sustituye), al referente de McGillis. Puestos a duplicidades y similitudes femeninas, la última ostentaba un magnífico Porsche 356 A Speedster negro de 1954 (en realidad una réplica), mientras que a la primera le va que ni pintada otro Porsche, pero esta vez un 911 S platino de 1973.

Estas dos máquinas clásicas de la automoción no son las únicas joyas de otro tiempo que aparecen soberbias ante lo impertinentemente novedoso. En una metáfora permanente, al oficial Mitchell no se le para de recordar en todo el largometraje que está acabado, que no pertenece a su tiempo, que ya no habrá más aviones con pilotos, que o vuela ahora o ya no lo hará jamás...y he aquí -lo digo con una gran sonrisa- donde se hace prevalecer al ser humano frente a la máquina y la tecnología. Como crepuscular canto de cisne, esta última misión tendrá éxito gracias a un avión que aunque derivado de las versiones iniciales del Hornet (en nuestro Ejército del Aire sigue dando guerra como EF-18M), no pierde esa esencia de autenticidad analógica frente a los aparatos de 5ª generación como el F-35 Lightning II (aparece fugazmente en el portaviones), o el Sukhoi SU-57 Felon como enemigo, que a diferencia del falsario MiG-28 (un F-5E Tiger II) de Top Gun, sí que existe en el arsenal ruso.

A partir de ahí no pidan lógica a nada que no te haga vibrar o disfrutar sin mayor trascendencia y junto a mil referencias cruzadas, ya sea una variante del partido de béisbol por rugby playero al son deI Ain’t Worried de OneRepublic, una versión “dos” de Great Balls of Fire, la icónica Kawasaki GPZ 900 R frente a su homónima Ninja H2 Carbon, o el idealizado SR-72 Darkstar de los talleres secretos de Lockheed Martin Skunk Works. Acciones de ataque inverosímiles y otros retratos más realistas como las fuerzas “g” que soporta un piloto de combate, les mantendrá vivos e ilusionados en sus butacas,...y por si añora ver de nuevo en “vuelo” un Tomcat...sin problemas...Anything Goes.

Los que fuimos a EGB, íbamos sin cinturones de seguridad en un “eterno” viaje vacacional a Chipiona, jugábamos en un derribo, generábamos nuestra fructificación intelectual en la lectura, y cuya opción más tecnológica era elegir entre UHF y VHF en una tele que te duraba décadas (Cf. Obsolescencia programada actual), resistiremos medio adaptados a los tiempos presentes, añorando momentos pretéritos donde la percepción de las cosas era quizás más lúcida y razonada, enmarcada en el espíritu virginal de una inocencia tardía. Definitivamente no me gusta este presente situacional.