La Tostá

Mazorco y los niños de la matanza

Image
Manuel Bohórquez @BohorquezCas
01 dic 2022 / 07:55 h - Actualizado: 01 dic 2022 / 07:55 h.
"La Tostá"
  • Mazorco y los niños de la matanza

TAGS:

En Palomares del Río había la atávica costumbre, como en todos los pueblos andaluces, de criar cerdos en casa para matarlos en Navidad. A veces, la zahúrda estaba en el salón de las casas, aunque lo normal era que estuvieran en el corral o en el campo, detrás de las viviendas para eliminar olores. En mi novela Cuatro Vientos. El niño que hablaba con los olivos (Pozo Nuevo, 2015), conté cómo escondí al cerdito Flipper dos días antes de Nochebuena para evitar que fuera sacrificado. Era de unos vecinos de enfrente de casa y lo había mimado desde que tenía un mes. Le llevaba los desperdicios y a veces lo sacaba de paseo como si fuera un caniche. Lo que no he contado nunca es que tres niños más de Palomares y yo creamos una especie de comando para salvar a los cerditos que iban a ser sacrificados en Navidad. La noche antes de la matanza, sacábamos al cerdo de la zahúrda y lo escondíamos en el campo. Incluso apareció la noticia en un periódico de Sevilla, de que estaban desapareciendo cochinos en el pueblo, siempre en Navidad. Éramos nosotros, el CLCP (Comando Liberador de Cerdos en Peligro), que no solo liberábamos a marranos, sino a pavos y pollos. En 1968, el comando desapareció porque se nos fue la mano con un cerdo de una familia que vivía en una casa cercana a Gelves, en el campo, que no era la de La Loca. Enterados de que lo iban a sacrificar dos días antes de Nochebuena, lo sacamos de noche y lo escondimos en los Baños Árabes, cuando no sabíamos lo que eran. Era un sitio que ni pintado, porque entraba la luz de la luna por sus estrellas de David y el animalito no pasaba tanto miedo a oscuras. Por la mañana fuimos a cambiarlo de sitio y se nos ocurrió meterlo en un camión que venía al pueblo dos o tres veces en semana a traer estiércol para las huertas. La idea era que lo sacara del pueblo y que cuando llegara a Coria y se diera cuenta el dueño del camión, se quedara con el animal y no tuviera una muerte tan horrible. Y si su destino era el sacrificio, que al menos fuera lejos de Palomares para que no escucháramos sus desgarradores gritos de dolor en Nochebuena. Pero al día siguiente de meterlo en el camión supimos que habían detenido al pobre transportista por robar el cerdo y que eso supondría su ruina. No sabíamos qué hacer para salvar al buen hombre y se nos ocurrió hablar con don Amadeo, el párroco del pueblo. Tuvimos que confesarle que éramos nosotros los responsables no solo de este caso, sino de otros parecidos. De la desaparición de cerditos, pavos y pollos de engorde días antes de la Navidad. Le hablamos del comando y nos propuso un plan: llamar al cabo Benito a la Iglesia para arreglar el asunto y que nunca se supiera que ese comando existió de verdad. Soltaron al transportista, la familia recuperó al cerdo y a nosotros, los tres miembros del comando, solo nos castigaron a limpiar el patio del cuartel para Nochebuena, donde se ponía el portal de Belén cada año. También a pedirle perdón a los dueños de Mazorco, el cerdo –lo bautizamos con ese nombre porque le encantaban las mazorcas de maíz aún verdes–, que, conmovidos por nuestro amor a los animales, nos dijeron que habían decidido no sacrificarlo nunca. Así que gracias al comando de los niños de la matanza, Mazorco murió de viejo viviendo libre en el campo, gordo como un sapo, con poblada barba blanca y cara de cochino feliz. Fue el marrano más longevo de Palomares.