Me voy a Japón

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03 dic 2017 / 10:08 h - Actualizado: 03 dic 2017 / 10:08 h.
"Cofradías"

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Supongo que suena un poco raro este viaje mío, no sabe si más por lo exótico, por lo lejano o por lo inesperado. Ahora que vienen las Navidades, con lo que se disfruta, no pega irse a esos confines de la tierra conocida, a ese archipiélago con forma de cola de dragón que emerge del Pacífico para pegarle un bocado a la península coreana. Bueno, que sí, que me voy, pero ligero de equipaje, con el corazón dispuesto y predispuesto a lo que haga falta para que allí se repita, en mis manos y en mi voz el mismo prodigio que hizo mi santo patrón, San Francisco Javier.

Él, que había nacido navarro, en un castillo y rodeado de ciertas comodidades, jamás sospechó alcanzar aquellos mares remotos, conocer aquellos hombres y mujeres de piel extremadamente clara, aquel lenguaje hablado y escrito de tanta sonoridad y extraña caligrafía. Pero en nombre de Dios, en nombre del Crucificado de la Sonrisa, partió sin dudarlo más, extrañando las palabras de Ignacio de Loyola, que en París, siendo su compañero de la Sorbona, más que comerle la moral, dio de comer a su alma vacía y presuntuosa: saben ustedes que los santos fueron hombres también. Allí, Francisco Javier transgredió todas las normas, traspasó todas las fronteras y abrió todas las puertas cerradas, aprendió de memoria libros enteros en japonés y murió lamentándose de no haber podido entrar en China, donde él soñaba un éxito mayor, una asamblea mayor, una conversión mayor.

No es la primera vez que me acuerdo de los misioneros este año, pero hoy la Iglesia nos llama de nuevo a una Misión que se enciende en la primera vela de la corona de Adviento. Estamos ya esperando a Jesús; mientras viene, hoy el ejemplo de San Francisco Javier, celebrado por su hermandad y mía en la parroquia de Omnium Sanctorum, nos asalta y nos pregunta qué seríamos capaces de hacer porque el camino hasta los hombres fuera más corto. Y habría que responderle: Señor, si es por bien de las almas de mis amigos, de mis familiares, de mis alumnos, de mis compañeros de la junta de gobierno... me voy al Japón de lo desconocido, de lo novedoso, de aquello que se sale de esa (tan de moda ahora) zona de confort.

Imaginen la incomodidad con la que San Francisco Javier recorrió en barco, desde Lisboa, las tierras de Mozambique, las Indias y al final llegó a ese Japón en la que, aunque poco, algo consiguió. Convirtió a los mismos samuráis que luego se nos plantaron en Coria para apellidarse como su tierra. Allí no lo miraron con buenos ojos, pero no se cansó jamás. Me voy a Japón. No es un viaje fácil, pero el Adviento viste de morada penitencia las velas de nuestra embarcación. Barlovento, cristianos, está esperando Jesús en el puerto de nuestro prójimo.