Hoy se cumplen cincuenta años de la muerte de la Niña de los Peines, la cantaora más grande e importante de toda la historia del flamenco. He escrito ya sobre esta efeméride, pero hoy era imprescindible ocuparse de La Niña, como la llamaba su padre, El Paíti, un gitano de El Viso del Alcor (Sevilla), fuerte y bravo, que pescaba esturiones en el Guadalquivir con su amigo Manuel Corral cuando vivía en Tocina. Francisco Pavón Cruz, que así se llamaba, era herrero machacador, uno de los mejores de Sevilla, de ahí que fuera fichado por la fragua de los Lérida, en la calle Sol de Sevilla. La Niña nació en la calle Butrón, el 10 de febrero de 1890, porque su padre se colocó en esa fragua.
Como, a pesar de lo que consta en su partida de bautismo, se sigue especulando con el lugar donde nació la fenómena, vino al mundo en el número 19 de la citada calle de San Román, que era la casa de su tía materna Manuela Cruz Vargas, una de las hermanas de su madre. Años después de que naciera la artista aún seguían viviendo allí Manuela, su marido y los hijos del matrimonio. Por tanto, se acabó la especulación. La Niña nació en Butrón 19, y su padre la bautizó en San Román. Ella declaró que nació en la Calle Valle, que está al lado, como jugando al despiste.
Siempre que cantaba en Arahal, decía que era de ese pueblo, que en realidad era el de su madre. Cuando lo hacía en Tocina, decía que era nacida en la calle Soledad, de este pueblo sevillano, en la casa de su abuela paterna. Y un día llevó a Melchor de Marchena a la calle Castilla de Triana y le dijo: “Mira, en esta casa de vecinos nací yo, para que te enteres”. Vivió allí de niña, pero nacer nació en Butrón, porque, ¿por qué iba a mentir su padre cuando fue a bautizarla a San Román? No tenía ningún sentido. La familia siguió en ese barrio, la Puerta Osario, y en 1893 nació el hermano pequeño, Tomás Pavón, el genio del cante, en la calle Leoncillos. Eran, por tanto, tres hermanos: Arturo, que nació en Arahal en 1882, Pastora y Tomás.
Siendo todavía niños la familia se afincó en la Alameda de Hércules, de donde nunca más se fueron. El padre no los dejó huérfanos cuando eran niños, como alguna vez se dijo –o dijimos–, sino en 1915, cuando Pastora tenía ya 25 años y Tomás 18. Arturo, que en realidad se llamaba José, 33. La madre de los tres genios murió en 1922, viviendo en la Alameda. Era una especie de madre de la Pantoja, de aquella época, protectora con sus hijos, en especial con su niña, quien según ella no cantaba flamenco, sino ópera. Era su manera de darle importancia, porque el cante jondo estaba mal visto. “Mi niña es una mesosoprano”, decía orgullosa, cuando algún periodista se ponía chulo.
Cuando debutó en el Café del Brillante de Madrid, siendo una niña de 12 años, estuvo en el café el pintor Ignacio Zuloaga, quien se enamoró de ella. Tanto le gustó que convenció a los padres para que se fueran con él a Bilbao y presentarla en el Café de las Columnas, donde estuvieron ocho meses. Allí la pintó sentada en una mesa muy ligera de ropa, cuyo cuadro no aparece. Cuando La Niña regresó a Sevilla se bajó del tren siendo ya la Niña de los Peines, la nueva estrella del cante gitano. Traía dinero y fama y venía dispuesta a que se acabaran las penas en su casa. Su padre no metía dinero en casa porque se partió la espalda trabajando en la construcción de un puente en Mérida. La madre vendía flores por las calles de Sevilla, y en la Maestranza. Era tan buena moza que un día que entró en el coso taurino sevillano, la banda de música le tocó una marcha.
En 1910, siendo ya una estrella, grabó sus primeros discos con Ramón Montoya, y luego con Luis Molina, Manolo de Badajoz, Antonio Moreno, Niño Ricardo, Currito de la Jeroma y Melchor de Marchena. Vendía los discos como rosquillas y grabó decenas y decenas durante treinta años. En 1928, la genial cantaora ganaba 750 pesetas por actuación en la compañía de Ópera Flamenca de Vedrines. Era la que más cobraba, después de Chacón. Se puso rica, pero mantenía a mucha gente y, además, le gustaban las joyas y la ropa cara. Nadie tenía penas a su vera y socorría a familiares, amigos y artistas con problemas.
En 1933 se casó con el también cantaor sevillano Pepe Pinto, tras haber tenido sonados romances con el padre de Lola la de Faíco, el empresario malagueño Juan Santamaría y el cantaor sevillano Manuel Escacena, entre otros. El Pinto bebía los vientos por ella desde hacía años y en cuanto la vio libre le tiró los tejos. Se casaron en la Basílica de la Macarena, siendo una boda sonada. Y a partir de esa unión se puso en manos del Pinto para todo, quien le montó grandes espectáculos para que brillara como nadie.
Cuando estalló la Guerra de 1936, estaban de gira por tierras de Jaén y decidieron irse a Madrid porque en Sevilla, donde corría la sangre por las cunetas, correrían peligro. En Madrid pasaron mucha penas los dos, ella pensando en que tenía a su única hija en la Alameda, Tolita, y a su hermano Tomás viviendo de lo que podía. Y él, el Pinto, buscándose la vida en las fiestas. Pastora enfermó de tal manera que Manolo Caracol se la tuvo que llevar a su piso del barrio de Salamanca para poder salvarle la vida, y se la salvó. Y acabada la contienda civil, los dos regresaron a Sevilla para continuar con la carrera y montar nuevos espectáculos.
Pastora era ya una mujer de casi cincuenta años, cansada, con ganas de retirarse y cuidar a su hija Tolita en su casa de la calle Peral. Pero la convenció Concha Piquer para que formara parte de la reposición de Las calles de Cádiz, con la condición de no ir a América, solo a ciudades españolas. Como la experiencia no fue buena, acabada la gira decidió alejarse de los escenarios, dedicarse a su casa y cantar solo en fiestas o por compromisos ineludibles. No la retiró el Pinto, aunque él mismo presumiera de ello; se fue ella porque estaba agotada.
En 1949, ambos decidieron invertir sus ahorros en un espectáculo de altura, España y su cantaora, como retirada de ella, que fue un fracaso económico. Desengañada, se fue para siempre de los escenarios y envejeció en su casa de la calle Calatrava, 20, en la Alameda, donde vio morir a sus hermanos, Tomás en 1952 y Arturo en 1959. El 6 de octubre de 1969, moría su esposo, el Pinto, y ella lo hizo el 26 de noviembre, tal día como hoy de ese mismo año.
Ahí acabó, ese día, la apasionante vida de Pastora Pavón Cruz, la popular Niña de los Peines. Medio siglo de su muerte y aún vive.