Verdad que Lisboa no es atlántica, o si lo es y perdonen el disparate, es a la manera genovesa, pura latinidad con su saudade y todo? Espero mis queridos lisboetas no se asombren si los consideramos puro mediterráneo. Al fin y al cabo el Mediterráneo no es un mar, sino una cultura, incluso más: una civilización, un flujo permanente de historias algunas luminosas y otras trágicas, prometeos y nerones, adrianos y otelos.
La Europa que soñamos es esa, porque la soñamos desde el Sur, o al menos quienes como en la película La vida de Brian creemos deberle a los romanos poca cosa a excepción de: Derecho, Arquitectura, Urbanismo, Educación, Cultura, Salubridad. También es una Europa bañada desde abajo, o sea desde Egipto y la cornisa de África, sus olores y sus músicas, sus soles y sus lamentos. Imagino que desde la aurora boreal de Allá Arriba se vislumbra una Europa con menos luces (hablo desde la literalidad) aunque, apedréenme si quieren, pero a mí Copenhague me parece una ciudad a la manera nuestra, habitada como civitas, por ciudadanos, meridional incluso, abierta como era aquella Roma de Rosellini en 1945. El mismo cineasta se volvió loco por una sueca, Ingrid Bergman.
Si Europa pierde el Sur perderá definitivamente el Norte y aquí sí que hablo desde lo conceptual y apelando a una brújula paradigmática y hasta poética. Todo eso he pensado en las estupendas jornadas que Tres Culturas ha organizado en Málaga esta semana. Se trataba de multiplicar miradas sobre algo que siendo antiguo hoy es sangrantemente actual y no precisamente feliz: el mar que nos trajo lo mejor nos arroja cadáveres de vidas que nos claman por negarles la entrada a un paraíso que queremos exclusivo y que seguimos vendiendo por la televisión. Las migraciones sí, y los refugiados, algo sabemos de eso los andaluces que hemos sido en un pasado tan reciente las dos cosas, que volvemos a serlo ahora cruzando los dedos para que la Europa de los gobiernos cicateros no le dé por mandar el tratado de Schengen a la vitrina de los juguetes rotos.
Siria es la última estación de una historia de convulsiones en la que no hemos parado de movernos y en la que Andalucía, nuestro Sur, ha sido un ejemplo de convivencias, mixtificaciones y mestizajes varios.
En la jornadas se ha sido crítico, y desde dentro: es decir responsables directos de la información, periodistas y académicos han puesto el dedo en la llaga de una información que siendo mucha es escasa, no es un oxímoron, es que falta calidad: mucho ruido y poco dato. Mucho posicionamiento airado y poca reflexión documentada.
En la era de las facilidades tecnológicas vivimos casi a oscuras, apenas quedan corresponsales y no sólo donde la guerra hace casi imposible su estancia, y si los hay es por pura voluntad y puro riesgo, sin medios ni seguros ni contratos. Cobrando a la pieza en el mejor de los casos. Los medios convencionales, la prensa escrita, las radios y televisiones privadas y públicas ahorran precisamente en lo que es su naturaleza: en información de primera mano, en profesionales que desde el lugar sean capaces de ofrecer algo más que un titular.
Y mientras los europeos, nosotros los andaluces, que seguimos creyendo en Europa, vemos cómo se han adueñado de la marca (del sello, de su espíritu) los bárbaros del Norte, que lo son aunque hayan nacido en la ciudad más septentrional. Que volvemos la espalda al Mediterráneo al que le debemos la identidad
Urge un trato. Urge que el proyecto europeo no quede reducido a las exigencias de ese Juncker que, con nombre de calentador precisamente, nos enfría las ideologías y los sentimientos. Urge que para convencer a los británicos de la maldad del Brexit hablemos algo más que de dinero.