Ayer o antes de ayer vi en una red social un fotomontaje con una docena de periodistas de izquierdas, o colocados por la izquierda, y debajo decía algo así como que esos eran periodistas de verdad. De los doce recuerdo a tres o cuatro, pero no hay necesidad de señalar a nadie y menos a compañeros del andamio. Perdón, pero es que yo sigo en el andamio, del que a lo mejor no debí bajarme nunca, y creo que todos son del ramo de la construcción. El periodismo no está en su mejor momento, es una opinión, entre otras cosas porque existe actualmente la creencia de que el verdadero periodismo es de izquierdas y que los de derechas son algo así como los lameculos del poder económico, la Iglesia y la banca. O sea, franquistas de tomo y lomo.
Cuando andaba en los andamios, en los setenta, solo leía El Correo de Andalucía y Diario 16. Pero cuando comencé a trabajar en la radio y a querer ser periodista de oficio, como en Radio Aljarafe estaban todos los diarios regionales y nacionales, sentí la necesidad de leerlos todos cada día y me hice una especie de drogata de la prensa, especialmente de las secciones de opinión. Leía a Cándido, Emilio Romero, Antonio Burgos o Paco Umbral, al que idolatraba. Y un día me vi con mi propia columna en El Correo y con algunos de estos columnistas, los que publicaban por agencia, como, por ejemplo, Emilio Romero o Cándido, Manuel Martín Ferrand o Pedro Calvo. Pepe Guzmán, el genio sevillano, era el encargado de Opinión y me decía: “Mándame cosas que te voy a poner con la flor y nata del gremio canalla”.
Me daba una vergüenza tremenda que mis modestas columnas aparecieran junto a las de grandes maestros del periodismo patrio, pero me dejaba querer y decía para mis entretelas como el tonto que heredó toda la fortuna familiar, dejando a sus hermanos, los listos, con dos palmos de narices: “¡Ah, al que le toca, le toca”. Lo que vacilaba en Su Eminencia y Palmete enseñando aquellas páginas en las tabernas. “¡Con Emilio Romero, tela!”, decía orgulloso. No me las pagaban entonces, en los ochenta, pero eso de ir lleno de yeso a una taberna del barrio y decir que era compañero de Cándido y Martín Ferrand, era la repera limonera.
Manolo Gómez Cardeña, el que fuera director de este diario en los ochenta y noventa, me temía como a una vara verde, pero acabó dejándome escribir de opinión. Luego llegó Fernando Orgambides y dijo: “Este no, que desvaría mucho”. Y cuando nombraron director a Antonio Hernández Rodicio, que llegó al Decano con el periodista gaditano, me pidió que hiciera columnas los sábados. “Búscate un nombre sonoro”, me pidió. Me acordé de Orgambides, y le dije a Rodicio: “Desvariando”. Se van a enterar ahora lo que es desvariar, y aquí ando, de columnista del periódico de mi vida, ahora diariamente, todos los días del año.
No soy Paco Umbral, pero sigo presumiendo de columnista en las tabernas, ahora ya sin yeso en el mono. Sin embargo nunca presumí de ser periodista, y menos ahora, como está el cotarro. Solo soy un ciudadano que escribe y que opina en libertad. Un ciudadano libre, eso es lo que soy. Un autónomo con ínfulas de periodista, que desvaría cuando escribe para no ver la triste realidad de este viejo y bello oficio, que a veces huele que apesta. Menos mal que no soy periodista.