Por Miguel Soler Gallo.

En Cádiz, el 9 de agosto de 1913, nació Mercedes Formica, y vivió en esta ciudad sus años infantiles, pues, en 1924, la familia tuvo que trasladarse a Sevilla debido a un cambio profesional del padre, José Formica-Corsi, que ejercía de ingeniero industrial. No obstante, el contacto con la ciudad marinera nunca lo perdió del todo ni tampoco su suave acento. La difícil relación matrimonial de sus padres determinó su manera de concebir el rol de la mujer en la sociedad. Asimismo, Amalia Hezode, su madre, se negó a que sus hijas, cinco en total (dos de ellas fallecidas cuando niñas), perpetuaran su ejemplo de mujer educada a la antigua, de ahí que se afanase en inculcarles una educación basada en los estudios como vía para alcanzar la independencia económica. Así, imbuida por este espíritu, Mercedes Formica se convirtió en la primera alumna en cursar el bachillerato en el colegio del Valle de Sevilla, y de las primeras en cursar Derecho en la Universidad Hispalense en 1931. Manuel Martínez Pedroso, catedrático de Derecho político, no dudó en mostrarle su admiración ante su buen expediente: «Mujeres de su talante es lo que necesita la República». Formica siempre recordó con afecto a sus profesores que procedían de la Institución Libre de Enseñanza y valoró positivamente los avances en materia de educación que estaban produciéndose en aquel tiempo. En este ambiente, en el que primaba la tolerancia y la cultura, Mercedes Formica conoció a Jorge Guillén, a Federico García Lorca, a Pepín Bello, a Ignacio Sánchez Mejías y a Encarnación López, la Argentinita, entre otros nombres del mundo artístico. El amor también ocupó un importante espacio en su vida tras conocer a Eduardo Llosent y Marañón, impulsor de muchos de los jóvenes poetas (las sinsombrero recién se están rescatando, aunque siempre existieron) del 27, director de la revista Mediodía, con quien se casa en diciembre de 1937, en la Catedral de Sevilla.El matrimonio de sus padres llegó a su fin en octubre de 1933. El divorcio, para la madre de Mercedes Formica, no fue la solución a un problema entre seres civilizados, sino el triunfo del más fuerte protegido por la ley. El artículo 44 de la ley de Divorcio de 2 de marzo de 1932 mantuvo el 1.880, y siguientes, de la Ley de Enjuiciamiento Civil que regulaba el depósito de la mujer casada por considerarse el domicilio conyugal «casa del marido». De esta forma, la parte vencida por la ley se vio obligada a trasladarse a Madrid, lugar que estipuló el marido y bajo tutela de un depositario. Los hijos permanecieron bajo la custodia materna y la patria potestad paterna; sobre el único hijo varón, de apenas seis años, se acordó su envío a un internado en Gibraltar, y que pasara las vacaciones, alternativamente, con sus progenitores, cláusula que no se cumplió para la madre. Esta situación solo podía verse modificada al final del proceso que, con apelaciones, podía durar entre siete y nueve años. La liquidación de la sociedad de gananciales no se realizó debidamente y los bienes fueron vendidos o disimulados. Mercedes Formica, que presenciaba cómo su mundo se desmoronaba, no pudo más que reconocer que su admiración por conocidos y amigos de aquella ideología empalideció.

En aquellos momentos, irrumpía Falange Española en el panorama político español, y la figura de José Antonio Primo de Rivera destacaba como orador. La joven universitaria, como tantos otros intelectuales, Ridruejo, Torrente Ballester, Laín Entralgo, incluso Baroja, Azorín u Ortega y Gasset, se vio seducida por esta retórica. El abogado hablaba de justicia social y mostraba rechazo hacia el derechismo que, a su parecer, había quedado caduco. Y esto es lo que condujo a Formica, de 20 años de edad, a querer militar en el movimiento, donde llegó a ejercer el cargo de delegada nacional del SEU femenino, preocupada por los jóvenes con pocos recursos económicos. Si bien, la participación de Mercedes Formica concluyó con el fusilamiento de Primo de Rivera, cuando abogó por la disolución de la Falange.

El estallido de la Guerra Civil lo presenció en Málaga, y sufrió entonces un desengaño ideológico integral. Ayudó a Guillén a exiliarse del país y lo intentó, junto a Llosent, con Miguel Hernández, sin suerte. Vivió en la España franquista y participó de su ambiente cultural, pero jamás sostuvo que el hogar fuese la gran hazaña cultural de la mujer. Esta postura provocó tiranteces con la Sección Femenina, que solo concebía a la mujer para funciones domésticas. Batalló por finalizar su carrera, estando ya casada –tras el parón ocasionado por la contienda–, y, en 1949, obtuvo la licenciatura en Derecho en la Universidad Central de Madrid. Sin embargo, por ser mujer, este mérito alcanzado no era más que la prueba documental de un fraude, pues, cuando quiso opositar al cuerpo diplomático, un funcionario le indicó que probara suerte como partera. Como había renunciado a vivir del sueldo de su marido, que dirigía el Museo de Arte Moderno, optó por abrir su propio bufete en su domicilio de la calle Recoletos, y se especializó en mujeres víctimas de violencia machista. De esta forma, se convirtió en una de las tres abogadas en activo del Madrid de los años cincuenta. Las vivencias que fue conociendo en su profesión le permitieron conocer la alarmante situación en la que se encontraba la mujer en las leyes, y se dispuso a denunciarlo públicamente.

El 7 de noviembre de 1953, tras tres meses retenido por la censura, publicó, en Abc, el artículo El domicilio conyugal, en el que describía la sufrida existencia de Antonia Pernia Obrador, que agonizaba en un hospital madrileño por culpa de las diecisiete cuchilladas que había recibido a manos de su marido. La desgraciada mujer se veía impedida para solicitar la separación, puesto que le habían advertido de que lo perdería todo: hijos, casa y bienes. El escrito, en palabras de la periodista Josefina Carabias, levantó una polvareda solo comparable al del célebre «¡Yo acuso...!», de Zola. La prensa extranjera se hizo eco de la valentía de Mercedes Formica que aclamaba la igualdad en el Derecho Matrimonial. La revista Time, The New York Time, Daily Telegraph, entre otros medios extranjeros, y, prácticamente, todos los periódicos y revistas nacionales se convirtieron en una magnífica plataforma para la abogada, que no dudó en exponer la escalofriante situación de la mujer española, considerada un ciudadano de segunda categoría.

Este estado de opinión sobre la cuestión femenina, inaudito en un régimen dictatorial, tuvo su punto álgido el 24 de abril de 1958, después de entrevistarse con Franco, con la reforma de 66 artículos del Código Civil –la primera llevada a cabo, desde su promulgación en 1889, para incluir derechos para las mujeres– y de otros cuerpos conexos, que fue bautizada, por iniciativa de Antonio Garrigues, como «la reformica». Entre otras medidas, se suprimió el depósito de la mujer casada, y, en consecuencia, la «casa del marido» pasó a denominarse «domicilio conyugal», de forma que la mujer que solicitaba la separación podía permanecer en ella; también la mujer casada en segundas nupcias no perdía a sus hijos menores; los bienes que poseyera la esposa antes del matrimonio serían siempre suyos, sin que pasasen a manos del marido; la mujer dejaba de ser equiparada con niños, enfermos y delincuentes, reminiscencia de la imbecilitas sexus del Derecho romano, que le impedía ser testigo en los testamentos y ejercer los cargos de tutor y protutor, etc. Sin duda, se trató de un punto de inflexión en el camino hacia la igualdad y la mujer comenzó a interesarse por su situación a nivel jurídico, que, hasta aquella fecha, le habían hecho creer que era materia del hombre.

Mercedes Formica, mujer evolucionista, que detestaba el predominio de los fuertes, luchó a lo largo su vida por la dignidad femenina, hasta que el alzhéimer acabó con ella y su voz dejó de oírse el 22 de abril de 2002, en Málaga. No merece esta pionera: abogada, escritora, ensayista, articulista y editora de revistas culturales, actos como el que tuvo lugar en su ciudad natal, en octubre de 2015, cuando el equipo municipal, Por Cádiz Sí Se Puede y Ganar Cádiz en Común, retiró el busto que rendía tributo a su memoria por ser falangista (obviando su evolución ideológica y el trabajo realizado en pro de la igualdad en tiempos difíciles para ello) y, según se manifestó, por ser fiel a la obra de Franco. Palabras que, de ninguna manera, se ajustan a la verdad. Afortunadamente, en Madrid, ya se encuentra inmortalizado su nombre en una calle del distrito de Salamanca, después de que así lo acordara el Comisionado de la Memoria Histórica, y que ha servido, además de para restituir su memoria, para dejar en evidencia el mal gesto efectuado en Cádiz.

El destino actuó injustamente con esta importante mujer de la segunda mitad del siglo XX, que murió siendo consciente de que iba a ser olvidada: «Yo solo era una joven universitaria. Me colocaron la etiqueta de fascista y nadie se preocupó en saber si lo era o no. Nadie se ocupó de su labor». Los logros que Formica obtuvo en el ámbito del derecho fueron la base de muchas de las conquistas alcanzadas por la mujer con posterioridad. Valerosa, con firmeza y sin importarle ningún tipo de crítica o represalia, lanzó una voz en el silencio, puso en jaque el poder absoluto de los maridos y abrió las puertas para que el ángel del hogar aprendiese a alzar el vuelo.

Miguel Soler Gallo es Doctor en Filología por la Universidad de Salamanca y autor de la biografía de Mercedes Formica