Regresan los Veranillos del Alamillo y con ellos un homenaje a una de las bailaoras y coreógrafas más importantes de Sevilla, Mercedes Rodríguez Gamero, Merche Esmeralda, quien hace algunas semanas estuvo en un acto de la Peña Flamenca El Carbonerillo, de la Macarena, y se marcó unas bulerías de las que enamoraran para toda la vida. Vive en Madrid, pero como sigue teniendo casa en Sevilla, de donde es natural, pasa temporadas en nuestra ciudad para no perder el contacto con la tierra que le dio la oportunidad de dedicarse a lo que amaba y sigue amando, el baile flamenco. Merche es una destacada representante de lo que llamamos la Escuela Sevillana, creada con lo aportado por todas las grandes bailaoras y los grandes bailaores que pasaron por Sevilla en el siglo XIX, como Rosario la Mejorana, Gabriela Ortega, María la Chorrúa, las Coquineras del Puerto, la Macarrona, la Malena, la Sordita, el Raspao, Ramírez o el Estampío. Pero además de los que vinieron de Cádiz, el Puerto, Jerez o Málaga, en el XIX, Sevilla ha dado al Pintor, Frasquillo, la Quica, Antonio el de Bilbao, Pastora Imperio, Rosario, Antonio, Farruco o Matilde Coral. Merche Esmeralda viene de esa solera y lo demás, que no es poco, lo ha puesto ella de su propia cosecha, que nació con el don, con la gracia y la sensualidad que derrocha cuando baila. La escuela sevillana es sobre todo sensualidad y gracia, el arte de mover las caderas y las manos, que nació en el teatro pero también en los perfumados patios de vecinos y los cafés cantantes. Merche es de la mejor escuela de baile flamenco del mundo, la de Sevilla. De las que pasaron por las manos de la maestra Adelita Domingo y que supo refregarse por la piel toda esa esencia citada. Su trayectoria es la de una luchadora que nunca tiró la toalla. Que vaya a recibir el último jueves de agosto un homenaje en los Veranillos del Alamillo, en un marco único como es el patio del Cortijo del Alamillo, en la Cartuja, es una estupenda noticia. Solo esperamos que esa noche estén sus amigos y compañeros, y que todo salga como tiene que salir para que la gran artista reciba el cariño de su ciudad, de la que, como decía el fandango de Paco Isidro, se va pero no se va. Siempre que viene deja un perfume en las calles que perdura hasta que vuelve.