Mi país se desintegra

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20 mar 2020 / 13:44 h - Actualizado: 20 mar 2020 / 13:47 h.
"Coronavirus"
  • Mi país se desintegra

En medio de tanta convulsión a nivel mundial, causada por la aparición de la pandemia del Coronavirus, ando hondamente preocupado por los posibles efectos que pudiera tener tanto a nivel político, como físico, económico y cultural en caso de que Haití se vea afectado. Oficialmente no hay ningún caso declarado y tenemos que contemplarlo como un hecho supuestamente veraz, pero altamente esperanzador.

El gobierno español, al igual que el italiano, ha declarado el estado de alarma para así evitar la propagación de la epidemia y prevenir sus nefastas consecuencias, con todo el trastorno y el incordio que acompañan habitualmente dicha medida. ¿Está el gobierno haitiano dotado de suficiente material y con los recursos humanos y profesionales competentes, desde el punto de vista sanitario, para hacer frente a un peligro de esta naturaleza? El contexto no lo favorece, puesto que el país se está desintegrando. Las noticias que circulan cada día con más profusión en las redes sociales no auguran un futuro halagüeño. Retratan la proliferación de actos de bandidismo por parte de grupos armados, fuertemente equipados, con intereses dispares, que rivalizan y operan con total impunidad, organizando audaces robos, secuestros, perpetrando inimaginables violaciones sexuales y execrables asesinatos, pudiendo cobijarse en los barrios marginales y peligrosos, como Village de Dieu y Cité-Soleil de Puerto Príncipe, la capital.

Podemos evocar los elocuentes e irrefutables casos de los periodistas Rospide Pétion y Néhémie Joseph, asesinados respectivamente los días 10 de junio y 10 de octubre del año pasado. A su vez, los secuestros han provocado decenas de víctimas en estos tres últimos meses. Y el clima que se respira es de inseguridad, de miedo, de angustia y ansiedad, de tristeza, de desconfianza y de desesperación, aliados a las dificultades cotidianas vitales y a las penurias de distinta índole, cortejo psicopatológico que puede engendrar distintas patologías mentales, con el serio riesgo de transformar el país en una república habitada predominantemente por enfermos, infestada de neuróticos, de depresivos, de ansiosos y también de posibles afectados de trastornos psicóticos.

El gobierno se muestra asombrosamente incompetente para enfrentarse a esta ola de violencia y garantizar la seguridad de su pueblo. Ante esta crisis sin precedentes que está atravesando la nación caribeña, ningún jefe de un gobierno occidental ha alzado la voz en contra de esta lamentable situación y mucho menos se ha dignado ofrecer una solución que permita salir de esta encrucijada. Los EE.UU. han aconsejado recientemente a sus súbditos abstenerse de viajar a Haití, pese a que el presidente Jovenel Moïse siga gozando de su incondicional apoyo. El país vive una situación de emergencia desde el violento terremoto que asoló el territorio hace 10 años, provocando incontables estragos y un número exorbitante de pérdidas de vidas humanas. Las heridas, tanto físicas como emocionales, derivadas de esta calamidad, no se han cicatrizado aún y resulta lógico preguntarse sobre los medios de que se dispone para enfrentarse al desafío global que representa el Coronavirus.

Desgraciadamente, asistimos a una progresiva somalización del país. Su deterioro físico y moral es evidente. El presidente Moïse acaba de nombrar un nuevo primer ministro, haciendo gala de su débil músculo político y caso omiso del respaldo de la oposición. Pero tanto él como su recién nombrado jefe de gobierno parecen dos actores de una ridícula pieza teatral que ignoran cómo terminará el acto final, puesto que no tienen, al parecer, un guión concertado. ¿Pero qué tiene que acontecer para que los organismos oficiales OEA y ONU se posicionen y tomen carta en el asunto? El aumento de la tasa de criminalidad es manifiesto, la corrupción, galopante, el empobrecimiento de la población, evidente, y la clase dirigente se mofa abiertamente del pueblo, pero la comunidad internacional sigue dándonos pavorosamente la espalda.

*El doctor Alix Coicou es médico – psiquiatra, residente en Sevilla.