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Viéndolas venir

Mínimo vital

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Álvaro Romero @aromerobernal1
30 may 2020 / 11:09 h - Actualizado: 30 may 2020 / 11:12 h.
"Viéndolas venir"
  • Mínimo vital

Está claro que, para vivir, lo mínimo no es respirar. Como decía Bécquer, ni siquiera un corazón lo es porque se sientan sus latidos, sino tal vez una máquina que hace ruido... Otro poeta, Salinas, decía que para vivir no quería islas, palacios, torres, sino la alta alegría de vivir en los pronombres: en la dignidad del tú y del yo. Nuestros viejos, en cambio, sostenían que de amor no se come. El caso es que el mínimo vital no es tan mínimo.

Lo digo porque la renta mínima vital suena perfecta sobre el papel. Porque viene a socorrer, en bienintencionada teoría, a las familias que no tienen lo suficiente para llevar una vida digna, es decir, para vivir mínimamente. Causas y circunstancias hay muchísimas, aunque una parte de lo más casposo de este país, como siempre, se empeñe en reducirlas a la vagancia de quienes van a cobrar la paguita. Millones de españoles candidatos a la misma preferirían no tener que cobrarla.

Ahora bien, el reto de la medida, si se quiere avanzar en esa entelequia del bienestar para todos que hoy suena solo a quimera, es el control absoluto de que la paguita caiga en manos de quienes la necesitan de verdad, a quienes les va a contribuir verdaderamente a reforzar el mínimo a partir del cual una familia respira dignidad. Porque candidatas hay, por supuesto que sí –no es mínimamente digno que en un estado del primer mundo haya niños dependientes del comedor escolar para comer, por ejemplo-, pero vivimos en un país, heredero de la picaresca imperial, acostumbrado a fabricarse la trampa antes que la ley. Y si finalmente la medida termina soliviantando a quienes descubran que les conviene más quedarse en casa que trabajar habremos tirado por la borda una oportunidad histórica de avance social. Y no solo eso, sino mucho más.

Hay quien se pregunta si precisamente en estos momentos tan difíciles para las arcas del Estado es cuando el Gobierno tenía que haberse sacado de la manga una medida así. Y hay que recordar que ni se la ha sacado de la manga, pues estaba en el programa de una parte de él, ni la iba a ostentar cuando todo fuera magníficamente. En los peores momentos es donde te quiero ver. Y el Estado tiene un papel protector que incluso los neoliberales más recalcitrantes han vislumbrado durante el confinamiento. No todo el mimo a fondo perdido va a ser para los bancos.

Sin embargo, la medida –y cualquier persona receptiva en su contexto lo percibe- lleva mal amarrada en su origen su propia carga detonadora, porque al margen de que en otros países no precisamente comunistas sea un éxito, lo que aquí interesa es que también lo sea aquí, porque ya nos conocemos. Y que la gestión sea tan escrupulosa que a nadie, harto de trabajar, le tengan que florecer argumentos contra ella. Porque el verdadero progreso –no lo perdamos de vista- no es que el Estado consiga dar cuantas más pagas mejor, sino que propicie las máximas oportunidades de trabajo dignificante para que la ciudadanía no tenga que depender del mismo, aunque no se deje en la cuneta a quienes no lo hayan conseguido.

La sola posibilidad de fracaso de la medida no la hace tambalear sola a ella, sino a los planteamientos solidarios de la mayor parte de la gente de este país cuya ideología ha evolucionado hasta aprobar un mínimo bienestar generalizado. Y por eso el mayor celo en su gestión lo han de tener sus promotores, que no representan exclusivamente a sus votantes. Ya sabemos que el fascismo acecha en forma de populismo digerible. Solo pensarlo me duele ya.