Salvo La Recogía y algún otro medio de comunicación, escaso eco ha tenido en nuestra ciudad el hecho de que en la exposición del Museo del Prado que protagoniza la primavera cultural madrileña, “Herrera el Mozo y el Barroco total”, figure como pieza relevante la obra «El Triunfo del Sacramento de la Eucaristía», propiedad de la Archicofradía Sacramental del Sagrario de la Catedral hispalense. Una magistral pintura barroca original de Francisco de Herrera el Mozo, quién la realizó entre 1655 y 1656, al mismo tiempo que solicitaba su admisión como hermano de la misma, para presidir la sala capitular que esta antigua corporación poseía en la Patio de los Naranjos, recinto hoy desaparecido que era todo un emporio de arte eucarístico.

¿Pero, qué vemos en este cuadro? Al contemplar la obra, que ha sido restaurada para figurar en esta exposición, lo que ha permitido recuperar la gran luminosidad que desprende y el rico colorido que posee, medios puestos al servicio de su valor fundamental: la expresión plástica y con enorme fuerza visual de los pilares devocionales de una corporación sacramental, en este caso la del Sagrario de la Catedral, considerada la madre simbólica de todas las demás de nuestra ciudad. Sobre todo destaca la custodia con el Santísimo Sacramento portada por unos ángeles revoloteando en medio de un celaje glorioso, que es fuente o destello de la luz que inunda todo el lienzo, y que es adorada con arrobo por la Santísima Virgen en el misterio de su Inmaculada Concepción, todo bajo la mirada de Dios Padre. No se puede expresar más ni mejor sobre estas dos devociones seculares de la piedad eucarística sevillana con tan exquisitas pinceladas plenas de teatralidad y dinamismo. La pintura de Herrera afirma con la rotundidad del lenguaje pictórico lo mismo que tantos autores y testimonios han expresado a través de los siglos, y que confirmó nada menos que San Juan Pablo II hace treinta años en nuestra tierra: “La Eucaristía y María, el Corpus y la Inmaculada. Dos faros de luz de la fe católica de Sevilla”. Las figuras de los Padres y Doctores de la Iglesia en la parte inferior envuelven, admirados, el sacramento de la Eucaristía como testigos y notarios de tan gran misterio. Dan la espalda al espectador con unos claroscuros de gran maestría barroca nada menos que San Agustín, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, San Gregorio, San Ambrosio y San Jerónimo, que rendidos en círculo contemplan el admirable Sacramento que inspiró sus escritos así como los himnos que cantamos en la fiesta del Corpus Christi y en el culto eucarístico: Pange lingua, Tantum ergo, Adoro te devote...
Al admirar este cuadro, ahora en la capital del Reino, percibimos solamente una muestra del enorme patrimonio histórico y artístico que en todos los órdenes atesora la Hermandad Sacramental del Sagrario. Durante toda su existencia ésta ha sido una institución muy presente en los principales hitos de la religiosidad hispalense, a la que han pertenecido destacados personajes de nuestra historia y cuya rica espiritualidad se ha hecho cultura a través del arte. Limitándonos a los últimas décadas, recordemos que hace veinte años protagonizó una exposición sobre Matías de Arteaga y el ciclo de pinturas que pintó para esta misma hermandad, acontecimiento del verano de 2003 que mostró la serie de nueve alegorías del Sacramento de la Eucaristía de aquel pintor barroco y cuyo catálogo es una preciosa joya bibliográfica; que en noviembre de 2006 organizó un coloquio internacional de primer nivel sobre “El Niño Jesús y la infancia en las artes plásticas”, con motivo del cuarto centenario de la imagen de Martínez Montañés, inefable escultura que honra la procesión del Corpus catedralicio y que, asimismo, figuró en la exposición celebrada en el Museo de Bella Artes entre 2019 y 2020 sobre el maestro de Alcalá la Real. Si al excelente patrimonio artístico de esta hermandad del Sagrario le sumamos el de las demás cofradías sacramentales de nuestra ciudad, especialmente las históricas, estaremos ante un conjunto deslumbrante de arte y belleza, una auténtica via pulchritudinis para la devoción y el culto del Amor de los Amores, del que toda exposición, estudio y divulgación que lo ponga en valor y acerque al cofrade o al espectador de nuestros días sería poco.
Contemplando este cuadro, que consideramos símbolo y seña de la devoción eucarística y mariana de las hermandades sacramentales, vemos contenido y reflejado en él a todas corporaciones que cultivan la devoción y el culto a la Sagrada Eucaristía, y que en estas fechas, alrededor de la festividad del Corpus Christi, celebran sus principales cultos y procesiones en honor de Jesús Sacramentado. Antiguas tradiciones, rituales y costumbres propias, selectas piezas artísticas que salen a la luz de los armarios..., todo un mundo devocional peculiar que conocer, alentar y divulgar como uno de los tesoros de nuestra religiosidad, no siempre comprendido ni apoyado por parte del estamento clerical ni respaldado en número por fieles y devotos.
Al mirar este cuadro, que a su regreso a Sevilla bien merecería la facilidad de su contemplación pública, e incluso por la categoría y unción religiosa que posee para nada desdeciría figurar en un lugar sagrado, espontáneamente brota la invitación a arrodillarnos en silencio ante el gran misterio de nuestra Fe y escuchar al recordado Papa polaco: “Sevilla, ciudad eucarística y mariana por excelencia, tiene como timbre de gloria de su fe católica dos grandes amores: la Eucaristía y María. Dos misterios que se reflejan en la exaltación de la presencia real de Jesús en el Corpus Christi sevillano y en la acendrada devoción a la Inmaculada Concepción de la Virgen”. Y luego cantar, como haremos el jueves y el domingo próximos, sobre alfombras de romero y bajo el cielo azul de eternidad: “Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor”.