¿No es toda rebeldía ingenua?

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20 abr 2021 / 08:00 h - Actualizado: 19 abr 2021 / 14:59 h.
"Opinión"
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¿Qué hemos conseguido cambiar los rebeldes, los protestones, los seres con espíritu crítico? ¿Sentimos que nuestro paso por el mundo y las instituciones ha modificado algo a través de los años?

Siendo estudiante de Derecho en los años 80 me propuse participar en las instituciones por las que pasara. Lo decidí por aquel mandato moral (algo cristiano de fondo) de que si soy miembro de una sociedad debo ayudar a su construcción. Y desde entonces estuve afiliado a un partido y fui delegado de alumnos en aquellos años, miembro de la Junta de Facultad, miembro del Claustro y miembro de Junta de Gobierno; cuando empecé a trabajar en centros docentes fui miembro del Claustro y de Comisiones; luego en la Universidad, como profesor, he sido miembro de Departamento, Delegado de Comisiones departamentales, miembro de Junta de Facultad, y hasta miembro del Comité de Empresa por mi sindicato al que me afilié hace 29 años; en el ámbito artístico -al que pertenezco- he llegado a ser miembro de un Comité de una Federación Nacional durante 12 años; y dentro de otras actividades fraternas y solidarias ahora soy miembro de un Consejo Nacional. Y ahora miro para atrás y no creo haber conseguido un ápice de cambio en nada de lo que se trataba. Todo siempre llegaba hecho. Yo podía preguntar, solicitar explicaciones, protestar por algo, pero siempre había un «rodillo institucional» que funcionaba impulsado previamente por una o dos personas que tenían adiestradas, «compradas», negociadas, las voluntades de la mayoría.

Ahora creo, mirando atrás, que he sido un voluntarioso ingenuo, que leía informes, asistía, participaba, pero... no cambiaba nada.

Antes me parecía que había un cierto disimulo y llegaba a haber «debate». Pero ahora el cinismo de la (oigan esto con atención:) «democracia formal» (esto es, se cumplen todos los requisitos formales, pero no los morales; se confunde la forma con el fondo; se acallan las ideas en base a mayorías previamente pactadas) ha llegado a unos niveles, simplemente, de descaro que a mí (oiga, a mí -no sé a usted-) me dan ganas de vomitar.

Ahora se llega a las reuniones y no se lee el acta de la sesión anterior porque ya se mandó previamente y se dio un plazo... etc., etc. Se empiezan a pasar temas unos tras otro pidiendo: «¿Se puede aprobar por consenso?», y ante el silencio indocumentado de todos, se oye: «Así se hace constar». Y venga rodillo...

¿Por qué? Porque todo el mundo ha conseguido dentro de cada organización una prebenda, un pequeño hueco cómodo, una situación soportable que no quiere perder enfrentándose con el poder. Y el poder (en cada institución, empresa, asociación) lo sabe. No ha comprado a nadie, pero los tiene a todos «comprados». Y la gente se acomoda y no se queja. Y «todo va bien», pero lo que no va bien es el proceso, el funcionamiento, el desarrollo de la reflexión de ideas y la toma de posiciones. Costó mucho en el pasado constituir instituciones democráticas para llegar hoy a esta anomia, a esta grisura, a este rodillo desilusionado.

El colmo de esta depreciación democrática lleva pasando en dos legislaturas seguidas en mi Facultad: se presentan a Junta de Facultad el mismo número de candidatos que de miembros y no llega ni a votarse, se otorgan los puestos por «aclamación». ¿Puedo levantarme luego en una sesión y decir: «En nombre de mis compañeros a los que represento...»? Yo creo que no. Y en las comunidades de vecinos nadie quiere ser presidente del bloque; y las Asociaciones Vecinales fueron dinamitadas por el partido gobernante hace 20 años cuando vieron que lo más «democrático» era meter a gente del partido en las asociaciones para proponer lo que querían los mandos desde el propio Ayuntamiento. Toda institución democrática es susceptible de ser corrompida con mecanismos «democráticos».

¿Y en qué ha quedado la cosa?: en infinitas voces quejándose amarga, enfadada, frustradamente, en Twitter, Facebook y todo tipo de canales que el poder ni mira ni echa cuenta ni toma nota, quejas que son como absurdas voces gritando ante un acantilado.