¡No estamos locos, sabemos lo que queremos!

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31 oct 2021 / 11:22 h - Actualizado: 31 oct 2021 / 11:25 h.
"Salud mental"
  • Foto: EFE
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A estas alturas de la cuestión, ustedes, ya habrán leído o escuchado la promesa de Pedro Sánchez, a través del Plan de Acción del Gobierno, de destinar 100 millones de euros al sistema de salud mental de este país. Un dinero destinado a “un teléfono para prevenir el suicidio, para impulsar la especialidad de psicología infantil, para combatir los prejuicios que rodean este tipo de trastornos o promocionar el bienestar emocional de los grupos de personas más vulnerables”. Y también, subido al carro de la actualidad, que Juanma Moreno ha prometido una Oficina del Defensor de las Personas con problemas de Salud Mental, y “la elaboración del primer estudio con datos representativos de las consecuencias psicológicas de la Covid 19”. Por otro lado, la ministra de sanidad adelantaba nuevas partidas en los Presupuestos Generales del Estado para el 2022, para fortalecer la atención primaria por considerarla “pilar fundamental” del Sistema Nacional de Salud. Está claro que aquella es la puerta de entrada a los problemas mentales, y que la intención es dotarles de más competencia en este aspecto. Pero, ¡cómo están los centros de salud en Andalucía! Daría para otro artículo. Sólo recordarles algunas cosillas: alta demora de agendas médicas (presenciales y telefónicas), programas de salud paralizados, y en cuanto a enfermería, sobrecarga añadida por las estrenadas agendas de acogida, vuelta a las consultas personalizadas...

Un problema muy serio, las enfermedades mentales, no lo dudo. Tampoco cuestiono la alta cualificación de muchos de sus profesionales (acuda a ellos cuando los necesite). Salud mental que abarca desde un minúsculo, pero atento, “bajón” de un adolescente que se equivoca de carrera, hasta un enclaustramiento de otro que paraliza sus estudios y su misma vida “sine die”. O desde una misma ansiedad o depresión leve hasta un trastorno mayúsculo como sufría Jocker, el protagonista de la misma película. Y así hablan las estadísticas...

Según un informe de la Encuesta Nacional de Salud Española del 2017 en nuestro país, 1 de cada 10 adultos y 1 de cada 100 niños tuvieron problemas de salud mental, 1 de cada 10 personas tomó benzodiacepinas y 1 de cada veinte antidepresivos. En el caso de Andalucía, según refiere el mencionado informe, el porcentaje de hombres que tomó antidepresivos en 2017 rozó el 5%, y en el caso de tranquilizantes el 11% . El porcentaje de mujeres fue del 12% y el 22%, respectivamente. Y por último, referido al confinamiento, según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (C.I.S), desde el inicio de la pandemia hasta la actualidad, un 6,4% acudió a un profesional de salud por algún tipo de síntoma (más del doble las mujeres). En dichas consultas un 5,8% recibió tratamiento psicofarmacológico entre los que destacaron los ansiolíticos (58,7%) y los antidepresivos (41,3%). Del mismo modo, en un porcentaje no especificado, aumentó la visita de niños y adolescentes a las consultas de salud mental.

Cuidado, creo que se está jugando con la salud mental de este país. Me temo que es otro punto oportunista del gobierno de turno, pretendiendo un nuevo giro de tuerca al desfallecido estado del bienestar. No, no se puede curar todas las pupas de la sociedad o que llegue el maná a todo necesitado con una simple millonada y muchos planes en papel (desgraciadamente). Se olvida que necesitamos ante todo buenos administradores que jueguen con las cartas de la eficiencia y de la eficacia . Esto último lo necesita sobre todo nuestro Servicio Andaluz de Salud (S.A.S) . Hay, en este, un agujero negro de gastos desde casi su comienzo. El Mundo, en un artículo del 2020, hablaba de que este organismo “se había comido 322 millones más de los presupuestos en 6 meses en gasto de nóminas del personal sanitario, gasto en material y medicamentos”. También refería dicho medio, que el S.A.S desvía partidas habitualmente de otras consejerías para su financiación. Es decir, la Administración sanitaria andaluza está en números rojos desde hace décadas. Ahora supuestamente va a llegar más refuerzo para salud mental desde el gobierno de España (bienvenido sea) pero , no se olviden, una parte a repartir entre todas las comunidades autónomas. Dinero, bien hallado, en un desierto que no para de pedir agua. Pero el problema primero es el desierto.

Volviendo al inquietante estado actual de los servicios de salud mental. Pongamos por ejemplo la provincia de Málaga, cuando El Español en su edición local, en un artículo del 2021, nos refería en su titular que había 50 psicólogos para más de 40.000 pacientes. Y en otra parte del artículo explicaba que “ante cuyas ausencias en la salud mental se habían tenido que enfrentar un escueto ejército malagueño de 50 psicólogos y 101 psiquiatras”.

No soy psiquiatra o psicólogo. Solo conozco algo de este mundillo en su vertiente de normas, organización o de haber trabajado en el mismo como administrativo. Pero sobre todo, fui testigo, hace algunos años, de un desenlace trágico de un familiar, a causa de una enfermedad mental.

Mi hermano murió, nunca sabremos si de forma voluntaria o accidentalmente, por una de sus acostumbradas y desmedidas mezclas de ansiolíticos y alcohol. El caso es que quería solo dormir y dormir, para huir del día y de la vida misma.

Hasta ahí todo. Pero antes, hubo un recorrido aciago por la vía de la asistencia mental. Médicos, psiquiatras, psicólogos y demás monitores conocieron a mi hermano durante meses. Visitas semestrales a alguno de los citados especialistas, tratamiento de tranquilizantes y antidepresivos, y un particular encuentro con un monitor eventual, en el que confió y estimó como a un verdadero amigo (se fue, y no volvieron a contratar a ninguno más); esos profesionales completaban el tratamiento oficial.

El caso es que entre una cosa y otra, se sucedían visitas a urgencias del hospital por alguna que otra ingesta masiva de pastillas o por propia iniciativa de mi hermana y mía. Concluido el suceso, había altas voluntarias o huidas en plan fuga del hospital, a veces. Pero recuerdo una vez que hubo un alta reglada, sin posibilidad de ingreso. El psiquiatra de turno, tras una tardanza desesperante en acudir, vino a decir a mi hermano cosas como “has venido a dar la nota, no lo vuelvas a hacer”. Y adiós muy buenas.

Las últimas visitas que fui con él al psicólogo del Centro Provincial de Drogodependencias (C.P.D) o al mismo psiquiatra de su centro, impotente por la deriva grave de mi hermano, fueron desesperantes. Ante la imposibilidad de que mi hermano aguantara la sesión entera, yo les advertía del peligro del suicidio o la muerte accidental. Ante lo cual el citado psicólogo se encogía de hombros. A la psiquiatra la visité yo solo, después de su muerte, y me vino a decir “que ya se las veía venir”.

Mi hermano conoció un limitado número de recursos de la salud mental (la Unidad de Salud Mental Comunitaria y el mencionado C. P. D). Pero no supo de la Unidad de Hospitalización de Salud Mental, ni de la Unidad de Rehabilitación de Salud Mental, ni del Hospital de Día de Salud Mental, ni la Comunidad Terapéutica de Salud Mental... O ningún psiquiatra o psicólogo fue a visitarlo en sus momentos más críticos.

En definitiva ya se habrán dado cuenta que una enfermedad mental de este calado, es lo peor que le puede suceder a un familiar y a su clan mismo. Mi hermano en sus últimos momentos no estaba para leer planes estratégicos, escuchar promesas oportunistas, ni a acudir a libros de autoayuda o practicar con los consejos de buena salud mental de los especialistas. A él se le cerraron muchas puertas. Unas veces por su incapacidad de ingresar voluntariamente en instituciones para ayudarle (en su mayoría privadas y exclusivas para pocos bolsillos), y otras por trabas legales. Mi hermano hubiera necesitado un sistema sanitario no solamente bien dotado, sino eficaz. Posiblemente un sistema que le hubiera vigilado en toda su etapa educativa. Una red de psicólogos privados concertados con la seguridad social hubiera ayudado, seguramente. Una ley de la dependencia adaptada a casos como el suyo, también. Una mano amorosa y firme que le hubiera acompañado por el escenario de este mundo competitivo y casi siempre cruel, quizás.

En todo caso, ojalá, no se repita esta o similares historias.