La vida del revés

No están solas. Se lo debemos todo

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25 nov 2021 / 11:20 h - Actualizado: 25 nov 2021 / 11:41 h.
"Opinión","Violencia de género","La vida del revés"
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Todos tenemos o hemos tenido madre. No hay excepción. Muchos han tenido o tienen hermanas. Esposas hay tantas como esposos. Y somos ejército los que tenemos hijas. Esto sería suficiente para que el problema de la violencia machista no existiera. Porque nadie, salvo los monstruos y los que están locos como cabras, quiere nada malo para su madre, su hermana, su hija o su esposa. No hay excusa, no hay razón y no hay derecho a que esto siga siendo un mal estructural de las sociedades de todo el mundo.

Ya está dicho, una y mil veces. No se puede consentir que nadie maltrate a una mujer. No se puede soportar que sean asesinadas decenas de mujeres al año a manos de sus parejas o de los que lo fueron.

Por mucho que insistan algunos en que la violencia de género es una invención de feministas recalcitrantes, lo cierto es que; ahora, en este mismo instante; algún hombre está humillando a una mujer, algún hombre está abofeteando a una mujer y a sus hijos; algún hombre está asesinando a alguien que no es de su propiedad aunque él crea lo contrario. Claro que existe la violencia machista.

La clave para acabar con el asunto está en la educación. En la que se recibe en casa y en las escuelas. Y el gran secreto es no dejarse arrastrar hasta territorios obscenos como son el humor o el lenguaje sexista, como es la banalización del daño a las mujeres, como es arrancar el valor a lo que hacen las mujeres. Nada de bromas, nada de mirar a otro lado, nada de consentir alrededor. La violencia de género consentida tiene más de un culpable y eso no se debe perder de vista.

La vida y la dignidad de las personas son sagradas. Nadie puede acabar con ellas sin que sepa que se va a enfrentar a una sociedad entera que le colocará donde diga la ley. La mujer es sagrada porque es nuestra madre, nuestra hija, nuestra esposa, nuestra amiga o nuestra hermana. Y decir algo más es repetir lo que ya está dicho millones de veces.