Hay que espantar de una vez por todas los sentimientos de culpa gratuitos, adquiridos. Es más, hay que aborrecerlos, enfrentarse a ellos con la razón y empezar a comprender que, en numerosos casos, somos inocentes e incluso debemos comenzar a aprender a no pedir disculpas sino a que nos las pidan o bien a mantener con los sembradores de culpas unas relaciones de cortesía y punto. Quienes procedemos de otros momentos educacionales y de otras generaciones caemos fácilmente en el sentimiento de culpa, falsos sentimientos de culpa, y no, ya está bien, hay que empezar a no condenarse a uno mismo, a aplicarse la presunción de inocencia.
No se puede vivir con sentimientos de culpa en un mundo que carece cada vez más de ellos. El mundo lo conducen quienes conocen poco a nada esos sentimientos y en parte es así porque nosotros los sentimos en exceso, nos traspasan los que deberían ser suyos, algo que debe acabarse o no mejoraremos este planeta nunca. Una cosa es lo que sintamos por influencias educativas o por exceso de sensibilidad y otra lo que nos diga nuestra razón que debamos hacer. Hay que mandar de una vez al infierno el pensamiento débil porque aquí han logrado imponer una dictadura mediante la sonrisa y la manipulación de las mentes a través de conceptos como solidaridad, democracia, sororidad, libertades, derechos humanos... Todo eso se le exige a los demás que lo ejerzan mientras que quienes lo exigen viven sobre la base de tales ideas pero sin cumplirlas.
El mecanismo de dominación mediante el sentimiento de culpa funciona así. El victimismo es palabra clave, tanto a nivel global como cotidiano. El discurso que recibimos tanto por parte de los medios como de personas concretas en nuestra comunicación interpersonal se convierte en el inverso que en realidad es, hasta el punto en que llega a producir culpa sobre quien había sido víctima de ese discurso. El culpable termina siendo sentido por nosotros como el inocente y cargamos nosotros con la culpa de un acto originado por el otro.
Hay dominios desde abajo y dominios desde arriba. Una persona que continuamente exhibe un victimismo ante todo o casi todo termina por dominarte desde abajo. Este personal es muy peligroso, proyecta un maltrato psicológico muy poco denunciado ni tipificado en la justicia. Es necesario no caer ante tales mecanismos de defensa y supervivencia del otro a quien no le importa tenerte en sus manos de esa manera. Es más, vive gracias a eso. La llamada solidaridad o caridad hay que ejercerla con raciocinio y hasta cierto punto o terminará por convertirse uno en el esclavo emocional del chantajista emocional.
Desde arriba el chantaje emocional que nos ocasiona sentimiento de culpa llega, sobre todo, desde los anuncios publicitarios de quienes se lucran o creen cubrir sus necesidades y vacíos psicológicos con lo que estiman es la solidaridad con el afligido, con las víctimas de las guerras, con los inmigrantes. No es que debamos ser insensibles a ello, sino que se nos puede anular precisamente por borrachera de culpa. Al no informarnos, sobre la base de la razón, acerca de los hechos más profundos que son causa de la inmigración, de las guerras o de la contaminación, terminamos sintiendo que somos culpables de todo, que, en efecto, todo o gran parte de la solución está en nuestras manos. Se trata de un sofisma que nosotros mismos introyectamos en nuestra psique. Los culpables actúan a la sombra de nuestro miedo, de nuestra falsa culpa.
Cuidado por tanto con todo esto, hay que administrar nuestra solidaridad, cambiarla por el deseo de justicia, no caer en sensiblerías, ser radicales al exigir que se nos expliquen las raíces de los acontecimientos, al buscarlas nosotros mismos en todas las fuentes de información que nos sean posibles. Todo el dominio, el de arriba y el de abajo, se produce, en gran medida, debido a que nosotros mismos cargamos con un sentimiento de culpa que no es nuestro.