Con esta frase, tintando de morado una cartulina blanca, pasaba una chica por las calles de alguna ciudad, de las muchas que el pasado martes eclosionaron en estallidos de protesta. El movimiento feminista volvió a convocar concentraciones a nivel estatal para protestar y advertir que esta vez no pasarán por encima de nuestros derechos. Ni la clase política, ni las instituciones financieras, ni la Iglesia, ni los poderosos, debería plantearse siquiera la posibilidad de recortar, vaciar o dejar morir alguno de los derechos que el feminismo ha conseguido consolidar en sus trescientos años de activismo.

Y así, se lo hicimos ver a los señoros ,guardianes del patriarcado esta semana, saliendo a la calle de forma pacífica, como siempre lo hemos hecho, porque no entendemos el activismo de otra forma, para dejar claro, que ni medio paso atrás.

En un magistral ejercicio demansplaining, decenas de “expertos sociólogos” nos han venido a explicar, a nosotras las feministas, que hacer “gerrilla urbana” frente al Parlamento no está nada bien. Nos hemos portado mal y en su altruismo más genero y desinteresado nos han querido explicar qué es eso de la democracia. En un acto más de paternalismo vomitivo, nos hemos tenido que tragar como estos señoros se han aprovechado de la necesidad de espectáculo mediático, para sumarse a una lapidación bochornosa.

“A las feministas se les va la pinza”, “con violencia no vais a conseguir nada”, “en la puerta de un Parlamento haciendo kale borroca, os retratáis ” y así un sinfín de improperios, que el patriarcado se ha encargado de inocular a través de los medios de comunicación para desprestigiar, confundir a la sociedad y desviar la atención de lo que está ocurriendo en la calle. Con lo sucedido esta semana y el tratamiento ideológico y mediático, mi amigo Chomsky tendría para escribir el mejor bestseller sobre manipulación social de la historia.

En cierto modo y en un intento suicida de empatía, puedo llegar a entender el origen de este discurso anti feminista. Desde aquí puedo oler el miedo de los machistas adictos al poder. El miedo a perder credibilidad, a que el feminismo desestabilice el chiringuito que les otorga privilegios, a costa de la otra mitad de la población a la que invisibiliza y oprime. Como decía Weber, legítimo es lo que la gente cree legítimo. Estamos en un punto de inflexión en el que la parábola esta a punto de cambiar de dirección, los “señoros” lo saben y están sacando todo la artillería pesada para neutralizar al enemigo, las feministas que cada vez quieren más y ya no se conforman con el voto y el divorcio.

Evidentemente que no nos conformamos. La resignación la dejamos aparcada hace años, cuando nos dimos cuenta que da igual qué estrategia empleemos para reivindicar nuestro derecho a estar presentes como mujeres, en todos los planos sociales, el patriarcado siempre nos querrá ver de la misma forma. Calladas, sumisas, explotadas, cansadas, cosificadas... pero tanto tensar la cuerda al final se rompió. El feminismo es ideología evidentemente, una que lucha contra otra que se proyecta como dominante y hegemónica, el patriarcado androcéntrico. Pero lo que si hay que dejar claro, entre tanta desinfomación mediática planificada, es que el feminismo no es una corriente política afín a un partido concreto. El feminismo no es de derechas, ni de izquierdas, ni de centro. Es plural, diverso, integrador, un movimiento parido desde el pacifismo y el respeto. Porque precisamente con estos valores se ha diseñado, para conseguir la igualdad real entre hombres y mujeres. Desde primera hora se hermanaron causas y clases sociales en perfecta simbiosis. Las mujeres de clase obrera que pedían los mismos derechos que sus compañeros en las fábricas y las burguesas que querían votar y estar presentes en la vida pública en equidad. Todas, con necesidades distintas, abrazaron el feminismo como una forma de construir el mundo desde la solidaridad y el respeto a los derechos humanos. Después de tantos años, la esencia del movimiento sigue en pié y así se vio en las concentraciones de esta semana en España. Tres generaciones de mujeres juntas que siguen luchando por lo mismo. Por eso, no debemos caer en el error de dejarnos llevar por los voceros, que pretender crear confusión y distorsionar el objetivo con el que nace este movimiento. Los medios de comunicación se equivocan y la clase política también, cuando instrumentalizan y manipulan, para construir un discurso basado en sus propios intereses y no en crear conciencia social e informar desde la verdad.

Para mi hay una imagen muy reveladora de lo ocurrido el pasado martes en Sevilla. No he podido evitar acordarme de Jose Antonio Marina y Simone de Beauvoir. Dos personajes aparentemente dispares, como la fotografía que mi cámara capturaba en ese momento y mi retina guardó para siempre. A un lado el Parlamento de Andalucía, majestuoso, fortaleza y enseña del poder. Rodeado por una altísima reja, que los separa del pueblo, de la realidad. Y al otro lado, la mitad de la población gritando por sus derechos, mujeres las mismas que hace siglos también salían a la calle para exigir el derecho al voto o la mejora de sus condiciones en las fábricas. Ricas y pobres, trabajadoras, educadoras, militantes políticas y apolíticas, creyentes y ateas, sindicalistas y empresarias, madres, hijas y abuelas. Todas estaban allí, frente a a puerta del Parlamento, acompañadas de hombres aliados que les ofrecían sus manos, libres de privilegios que nos les pertenece. Como decía Simone de Beauvoir, “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan ser cuestionados. Esos derechos nunca se dan por adquiridos. Debéis permanecer vigilantes durante toda vuestra vida” y haciendo caso a Simone, aquí nos encontramos vigilantes y contestarias. Porque no vamos a permitir que sigan instrumentalizándonos. Es evidente que en Andalucía, se está produciendo una crisis política, pero no por ello vamos a permitir que los partidos hagan uso del movimiento para sus intereses particulares. Somos ideología, concebida desde el pacifismo y la independencia política y así seguirá siendo. Como dice Marina, somos híbrido de biología y cultura. Hay culturas de la sumisión y de la independencia. El patriarcado es el de la sumisión. Las culturas en cada momento histórico crean figuras de poder y sometimiento, que la educación se encarga de trasmitir. Por eso no podemos caer en el colaboracionismo. De forma silenciosa, cautelosa, con claudicaciones cínicas o escépticas, cómodas, que nos enredan en una complicidad maligna. Lo siento por vosotros, los que saludáis desde el balcón del Parlamento, los que sentáis vuestras posaderas en los órganos judiciales, los que pluma en mano diseccionáis la actualidad mediática sin ética ni compromiso. A todos vosotros, una única advertencia: antes de crear enemigos nuevos, medid a los que tenéis enfrente. La dictadura del patriarcado tiene los días contados, tic tac, tic tac...

@Pepavioleta