Nosotras somos La Manada

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Pepa Violeta Pepavioleta
09 dic 2018 / 07:03 h - Actualizado: 09 dic 2018 / 10:22 h.

Esta semana ha sido especialmente dura para nuestra joven democracia y especialmente para el feminismo. Los giros políticos que se avecinan y la resolución de la sentencia al juicio de La Manada, han llegado como un mazazo. El tribunal Superior de Justicia de Navarra ha condenado a nueve años de prisión a los integrantes de La Manada, al considerar que no hubo violación sino abuso sexual. Ratificando lo dictado por la Audiencia Provincial el pasado mes de abril.

Un “se veía venir”, parece ser la respuesta más lucida de una sociedad que dejó de confiar en la justicia hace tiempo. Parece, que nos hemos acomodado en la indignación permanente y hemos dejado de lado la lucha, la reivindicación y la autocrítica. Incluso puedo llegar a entenderlo, mientras nos indignamos públicamente por sentencias judiciales como ésta, van pasando los días, en los que al final sólo hemos reburdiado cómodamente desde nuestro sofá, mientras una minoría sale a la calle a protestar por un sistema judicial patriarcal, que está destrozando nuestra percepción de justicia. También una minoría, decide dejar la indignación aparcada y centrarse en trabajar para crear conciencia social y acabar con la cultura de la violación que legitimamos, sin ser consciente de ello.

La justicia parece que sufre ceguera transitoria, nos gira la cabeza en claro tono de indiferencia. Y en cada gesto de desgana, de frialdad... nos decepciona un poco más si cabe. No sólo a la mujeres como víctimas, sino a la sociedad en su conjunto. Que incapaz de diferenciar qué es consentimiento y qué es violación, sigue normalizando una estructura social que discrimina, infantiliza y humilla a las mujeres. Las relaciones humanas, siguen centrándose en estatus de poder y el miedo a no ser violadas acompaña nuestras vidas. Ésta hubiera sido una buena oportunidad de mostrar a nuestra juventud que el abuso es violación, claro si la resolución y la interpretación de los hechos probados hubiesen sido otras. Hemos dejado pasar la oportunidad también de mostrar a nuestras generaciones futuras, que tenemos una justicia que vela por los derechos humanos, que legisla más allá de culturas, tradiciones y pensamientos hegemónicos. Pero no ha podido ser. Nueve años de cárcel, no es una respuesta seria, ni contundente, ni honrosa. No protege a las víctimas, ni castiga a los violadores. Es inevitable no sentir tristeza. Pero hay que salir de ahí, porque ninguna lucha se gana desde la pasividad y la autocomplacencia. Tenemos la obligación moral de comernos la calle y unirnos a las muchas manifestaciones que ya colapsan las grandes ciudades. Que esas minorías que luchan por una sociedad más justa, se conviertan en auténticas mareas humanas. La manada somos nosotras, pero necesitamos también a nuestro lado hombres comprometidos con la igualdad, con conciencia de género, que se conviertan en ejemplo para los machos alfas que siguen alimentando la cultura de la violación. Gritar y repetir por enésima vez, que el abuso es violación y que no estamos dispuestos como sociedad a seguir legitimando una serie de conductas y valores que nos avergüenza como seres humanos, es fundamental para que se produzca el cambio de paradigma.

A la justicia hay que darle también lo suyo, hay que perderle el miedo a las togas y hacerles ver con nuestro descontento masivo, que no lo están haciendo bien.

De los cinco magistrados que han dictado sentencia, dos no estaban conforme con la resolución. Sí veían intimidación, por lo tanto agresión sexual, pero por lo visto el resto de magistrados no han acabado de entender el Convenio de Estambul. Si todos hubieran aplicado a raja tabla el texto que España firmó en 2014, hubieran sido los cinco los que hubieran visto agresión sexual y la condena no hubiera quedado en nueve ridículos años de prisión. Y como nos movemos en un sistema de mayorías, la resolución final ha sido el resultado de una desempate injusto.

Este tipo de sentencias defrauda a todas las mujeres y nos posiciona en un estadio de vulnerabilidad absoluta y permanente. Nos reafirma en que debemos ser educadas en el miedo a no ser violadas, también nos deja entrever que antes de denunciar tenemos que tener pruebas y un argumentario capaz de superar al interrogatorio más duro que podamos imaginar. Porque de base, no nos creerán. ¿Esto es actuar con responsabilidad? ¿esto es legislar en igualdad? No se como lo veis, pero mientras no se ponga el foco en el agresor, no hay cambio posible. Y desde luego, no veo que se esté trabajando ni desde la justicia ni desde otras parcelas por reeducar a los varones en el respeto a las mujeres.

Re-victimizar se ha convertido en deporte nacional en este país en los últimos años. Y seguimos hablando de mujeres víctimas, porque consentimos el machismo que además se extiende como la pólvora, gracias al beneplácito de una sistema judicial caduco. Y sí, me ratifico en lo de caduco, creo incluso que me quedo corta. ¿Cómo tras la visualizaciones de las grabaciones de la violación pueden seguir usándose adjetivos como jolgorio o regocijo para definir la situación que allí se estaba produciendo?. Presupongo que para estos jueces que no ven intimidación alguna en las grabaciones, este tipo de practicas sexuales de abuso de poder y fuerza, es parte normalizada de lo que pudiera calificarse como jolgorio y regocijo. ¿De verdad estos jueces entienden en qué consiste los procesos de shock y sometimiento voluntario como mecanismo de defensa en víctimas de agresiones? Los animaría sin duda a que recibieran un curso intensivo de sexualidad y conciencia de género. Así todo junto, porque ellos mejor que nadie saben que tiene un compromiso con la sociedad. Ser imparcial y ajustarse a unos hechos probados, no implica ir como pollo sin cabeza por la vida. La sociedad está en permanente cambio y el sistema judicial debe canalizar esos movimientos para dictar sentencias justas y acordes.

Es una pena decirlo pero hay mucho en lo que trabajar, sobre todo en formación con perspectiva de género y sensibilización, para que sentencias como éstas no vuelvan a producirse. Particularmente, no quiero volver a sentir vergüenza del país en el que vivo. Quiero sentirme libre y a la vez protegida por una sistema judicial que debe garantizar mi seguridad e integridad y hacer que se respeten mis derechos. Poner freno a la cultura de la violación es posible, con el compromiso de todos los agentes sociales. Y ¿qué es esto de la cultura de la violación?. Pues todas aquellas creencia que seguimos reproduciendo como parte del sistema patriarcal en el que encajamos nuestro orden social establecido; que posicionan a las mujeres en roles pasivos y de víctimas. Considerar los piropos como actos de galantería. Interpreta que cuando ellas se muestran indiferentes es parte de su estrategia de cortejo y les gusta hacerse de rogar. Que los no, no siempre tienen porqué ser no. Que su forma de vestir va a condicionar posibles agresiones sexuales, porque invitan a confusión. Que los hombres se mueven por instinto primitivo y no entienden el no como respuesta en las relaciones íntimas. Ciento de creencias, entorno a las relaciones sexuales, que nos posicionan a hombres y mujeres en roles desequilibrados. Donde uno disfruta y la otra pone su cuerpo. Donde uno manda y la otra obedece.

Donde cuando él empieza ya no se puede parar. Como decía Wyoming esta semana en El Intermedio “El machismo es como el aceite de palma, cuando te empiezas a fijar está en todas partes”. Ya es hora de que nos fijemos y actuemos en consecuencia. La joven de 18 años violada por La Manada, puede ser cualquiera de nosotras en algún momento de nuestra vida pasada o futura. Por eso, tenemos que hacer un ejercicio de conciencia y compromiso y no bajar la guardia. Nos merecemos un mundo mejor, en el que los hombres traten a las mujeres desde el respeto, el amor y el consentimiento mutuo, más allá de las palabras y lo explícito. Ya hemos sufrido bastante, ya no más.