En Rusia hay demócratas. A pesar de Putin y sus servicios secretos. Muchos siguen vivos, dentro o fuera de la cárcel, y aún sin padecer envenenamientos. A pesar de Putin y sus agentes especiales. Qué poco se les ha apoyado desde los países más democráticos. Mientras las élites occidentales hacían pingües negocios con Putin y sus oligarcas. Ingente desengaño acumulado al constatar durante décadas el pasotismo internacional ante su justa causa y ante sus peticiones de auxilio. A la par que se normalizaba a todo gas la respetabilidad del tirano Putin, tipificado como un mal menor. Nunca es tarde para apoyar a los rusos demócratas, tanto a los heroicos que continúan residiendo en su país como a los exiliados que ya no aguantaban más la amenaza de represalias.
Qué no daríamos ahora por rectificar el tímido y blandengue respaldo con la boca pequeña a los hombres y mujeres rusos más perseverantes en pos de arriesgarse a intentar que su país sea al fin una sociedad de derechos y libertades. A mayor visibilidad de la existencia de una oposición democrática, menos facilidad tiene una dictadura para perpetrar impunemente cualquier grado de violencia y destrucción. Cuánta dosis de horror, cuánta catástrofe humanitaria, cuánta crisis económica, nos estaríamos ahorrando dentro y fuera de Ucrania. Importunar a las dictaduras con la defensa de los valores democráticos y sufrir por ello la amenaza a intereses propios es a la larga lo mejor y lo menos costoso. Más vale una vez colorado que ciento amarillo.
Tampoco es tarde para apoyar como se merecen a los saudíes demócratas, ni a los chinos demócratas, ni a los marroquíes demócratas, ni a los cubanos demócratas, ni a los guineanos demócratas,... Si ahora se aprecia con dramática elocuencia que defender la soberanía de Ucrania es defender el futuro de lo que hoy gozamos como Unión Europea, nuestro horizonte sería mucho más bonancible si se hubiera respaldado con firmeza a los millones de ciudadanos de Hong Kong que protagonizaron de 2014 a 2019 la pacífica 'revolución de los paraguas' para intentar evitar que la dictadura china aboliera su modelo de sociedad democrática, excepción insoportable para los jerarcas de Pekín. Por desgracia, interesaba más hacer negocios con el nuevo imperio. Aun a costa de fortalecerlo para que algún día tenga la tentación de devorarnos.