Obediencia

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14 nov 2015 / 10:07 h - Actualizado: 14 nov 2015 / 10:07 h.

Mi madre, si entendía de eso, tenía una conciencia plena de los límites, de las líneas rojas, las que no se podían pasar. Hoy cada vez que ve en la tele a un ilustre personaje acusado de alguna fechoría me hace la misma pregunta: «Y ése, ¿qué ha estudiado?». Me preguntó el otro día sobre Pujol y Mas, le resumí sus carreras y murmuró: «Dios mío, ¿y para qué les ha servido?».

Mi madre dejó la escuela con nueve años, hubo de dedicarse a las tareas de la casa y a criar a sus hermanos. Para ella, la educación es lo que hace que las personas merezcan la pena. Inculcó en mí aquello de que la gente que es educada y limpia por naturaleza es gente de fiar. Ella detesta a los embusteros y a los granujas. Por eso, tras cada telediario lo remata con un: «¿Será verdad tanta mentira?».

No le hicieron falta grandes esfuerzos para hacerse entender por sus hijos, una simple alpargata a la vista era suficiente. Al fin y al cabo éramos sus hijos, y ninguna madre quiere el mal para ellos. Nunca llegaba la sangre al río. La obediencia era básica. Se cumplía y ya está.

Hoy, lo peor de los malos es que nos hacen dudar de los buenos, y lo peor de los impostores es que ponen siempre en sospecha a la verdad. La verdad se ha puesto tan rara, que cuando se está delante de ella cuesta creerla. Por eso, nadie cree que detrás de la «desconexión» existan verdaderas intenciones soberanistas de quien las propone escondidas en retrasadas posiciones. No sospechan de los miedos y los fantasmas que despiertan en las empresas con sede en Cataluña, que no saben si al amparo de la desobediencia de los otros (como le pasaba a mi hermano) sean las que se lleven el «alpargatazo».

¿Y para qué les ha servido?, se repite, tanta educación. Para remover identidades, provocar los miedos y tanta desobediencia. «¿Para qué nos ha servido contar a nuestros hijos las miserias del pasado reciente?».

Me entristece verla a estas alturas de su vida esforzándose por entender que los valores para muchos no son importantes. La veo como perdida, viendo a suficiente gente sucia que se ha prohibido ya cualquier amago de inocencia.

Sepan que a veces hace el amago de quitarse la alpargata y requerir con ella en la mano: «¿Cómo se llama el presidente?»... Mami, hoy no hay ni presidente... ni obediencia. ~