Odiosas comparaciones

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28 jun 2015 / 00:35 h - Actualizado: 28 jun 2015 / 00:37 h.
"La segunda vez"

La tercera legislatura de Zapatero, alias la primera de Rajoy, nos enfrenta a la dicotomía sobre el modelo de gobernantes. Con don José Luis, resulto obvio que para ser ministro no era necesaria una alta cualificación. Ejemplos como el señor Montilla, Pepiño gasolinera Blanco, Bibiana Aído o la inefable Leire Pajín, así lo atestiguan. Por no hablar de muchos segundos y terceros de aquella época. Con Rajoy ha subido el nivel, justo es reconocerlo, a pesar de turbios ejemplos como la señora Mato.

La realidad es que el cuadro de todos los parlamentos, desde el primero de Felipe González, incluyendo los autonómicos, hasta nuestros días, pinta una amalgama de personajes de complicada observación, desde un punto de vista ilustrado. Me refiero tanto a su preparación, cuanto a su nivel ético y de servicio público. Paralelamente, en la sociedad, los baremos de exigencia hacia los administradores, se han desplomado. La consecuencia de todo ello son los sujetos que hoy recorren los pasillos de ayuntamientos y comunidades autónomas.

La inacción de los sucesivos gobiernos, sus respectivos partidos, tanto monta, monta tanto, ante los casos de corrupción; los silencios cómplices frente al atronador expolio, excusatio nacionalista, pertrechado por CiU y los Pujol, nos han metido de lleno en el emborrachado lodo de la copa vacía. Por ejemplo, en una Cataluña donde sus políticos, poderes económicos y fácticos hubieran sido un ejemplo de gestión, integridad y atención a los ciudadanos, resultaría impensable una alcaldesa de Barcelona como Ada Colau. Lo mismo, con varios matices, se puede decir de Andalucía, del resto de regiones de España. De alguna manera, la ciudadanía se ha desgastado moralmente al no tener modelos ejemplarizantes, entre sus gobernantes, a los que emular. Todo ello sin obviar la existencia de grandes personas dirigiendo puestos de responsabilidad.

En consecuencia, los españoles hemos bajado el listón. Solo exigimos, mal menor, que no roben. No obstante, considero que la perversidad de aquellos no justifica la laxitud con estos. La referencia de los ciudadanos en política debe ser la decencia objetiva, no la comparación con los cleptómanos de antaño, y tú más, que nos traen estos barros. Méritos, virtudes y capacidad deben ser los valores que nos muevan a seleccionar a nuestras autoridades.