Se supone que si alguien juzga algo es porque tiene conocimientos suficientes para hacerlo, que la sensatez es una cualidad que ordena el discurso y que ese mismo juez ha podido experimentar lo suficiente como para tener un criterio formado y robusto. Eso es lo que se supone, pero si hablamos de la televisión basura la cosa cambia.
Omar Montes es jurado de un talent show protagonizado por menores. Niños y niñas, con gran talento para cantar o con una imagen maravillosa y enternecedora, actúan frente a los miembros del jurado y estos permiten que esos participantes vayan superando etapas hasta llegar a la final en la que se enfrentan los mejores. Omar Montes es jurado y tiene que valorar lo que hacen otros cuando no él no canta colocando la voz en su sitio ni una vez. Ni una. Ni canta, ni es capaz hacer música de cierta calidad, pero él juzga a otros.
Omar Montes es parte del resultado que supone convertir la música o cualquier otra manifestación artística en una irrisión, de democratizar algo que solo corresponde a los que tienen talento para hacerlo. De la música puede disfrutar cualquiera y puede gustar más o menos, pero eso no tiene nada que ver con hacer música y con valorar aspectos técnicos. Si todos fuésemos capaces de poner un gran talento sobre la mesa seríamos cantantes de éxito. Y no, de eso nada. Omar Montes es el claro ejemplo de burla a la música.
¿Es simpático este chico? Claro que sí. ¿Canta un poquito, solo un poquito? Claro que no. Ni es capaz de afinar una nota como es debido, ni es capaz de mantener un fraseo adecuado, ni es capaz de nada que tenga que ver con la música.
Pero Omar Montes (aunque ha faltado en el último programa por no tener voz) es jurado y aquí todos tan contentos, pensando que si él puede serlo cualquiera pueda llegar a conseguir una silla en un plató de televisión. Menudo panorama.