Tribuna

Otras realidades paralelas a la pandemia

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05 feb 2021 / 05:18 h - Actualizado: 05 feb 2021 / 05:19 h.
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  • Otras realidades paralelas a la pandemia

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El año recién terminado será recordado a nivel planetario como el del inicio de la pandemia, todavía no resuelta. Aunque se haya desarrollado de manera desigual, y curiosamente menos violenta en algunos países con una infraestructura escuálida, es innegable que el covid-19 ha causado un número inconmensurable de estragos a nivel económico, por supuesto, pero sobre todo humano. Este fenómeno ha copado los titulares de los principales periódicos del mundo; mucha gente en España lamenta profundamente el trato, según ella, discriminatorio, que han sufrido sus parientes, allegados o amigos, debido al hecho de que los infectados del covid-19, por la dimensión del caso, son los que han tenido y tienen, hasta ahora, una consideración especial en cuanto a la atención sanitaria dispensada. Dentro del grupo de pacientes que no se sienten debidamente atendidos, incluimos los de atención primaria, y de distintas especialidades, como aquellos con patologías cardíaca, neoplásica, afecciones de índole psiquiátrica, y pendientes de intervenciones quirúrgicas, etc. La incidencia de los trastornos psiquiátricos no deja de crecer y alcanza cifras inquietantes.

La letalidad de esta plaga y la mortandad producida han ensombrecido o relegado a un triste segundo plano otras desgracias o dramas a nivel mundial, pero no de menor importancia y magnitud psicológicas, y que tienen además una gran repercusión en las esferas individual, familiar y colectiva.

Si dejamos de lado el terreno médico para adentrarnos en otras situaciones, vemos que hay un gran número que merecen ser consideradas y analizadas. Paralelamente a la pandemia que ha hecho mella en la mente de muchos, al trastocar nuestras costumbres y el normal desarrollo de nuestras actividades con las medidas restrictivas impuestas para evitar la expansión del covid-19, podemos echar una ojeada sobre ciertas facetas de la vida de personas, colectivos o pueblos que provocan pena y misericordia. Las privaciones y carencias de todo tipo que sufren algunas naciones, derivadas de la ambición desmesurada e insolente codicia de sus gobernantes, con la colusión de rapaces potencias occidentales, llaman la atención, chirrían y chocan contra la decencia y la vergüenza. La miseria exponencial que demuestran muchos países de África, Asia y América Latina son ejemplos más que ilustrativos del inmundo y bestial contexto en el que malviven muchos de sus ciudadanos. No hace falta hurgar en los entresijos de la alta política para llegar a esta concluyente afirmación: que la riqueza del mundo esta mal repartida y que la democracia factual en algunos países sigue siendo una quimera.

Las dictaduras de cualquier signo ideológico han engendrado situaciones de miseria física y de innoble calado moral y provocado un sinfín de exiliados, el desmembramiento de familias, los desplazamientos, la separación de amigos y la fuga de importantes cerebros, como artistas, escritores, científicos etc., debido a campañas minuciosamente orquestadas por estos regímenes contra los disidentes u opositores, consistentes en intimidaciones, amenazas, además de frecuentes persecuciones, encarcelamientos, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y un reguero de torturas, cada vez más sofisticadas; en definitiva, son las armas que utilizan en general los desaforados dictadores para agarrarse al poder y enrocarse en él; atropellos a los más elementales derechos humanos que causan náuseas y exasperación.

La inmigración llamada “ilegal” es otra de las descarnadas realidades. El calvario de los que tienen que recorrer mucho camino y atravesar distintos territorios de África, donde en general sufren un trato vejatorio, para alcanzar las costas europeas, o el arriesgado camino de los centroamericanos hacia el Gran Norte, ambos casos en vista de unas mejores perspectivas de vida, erizan la piel y llenan de emoción y de rebeldía a muchos de los que gozamos de un estándar de vida estable y aceptable. Además, en los Estados Unidos, donde el racismo es estructural, se toparán con una atmósfera de hostilidad nada despreciable, exacerbada durante los cuatro años de la Administración Trump, y muchos de ellos a gélidas temperaturas e inhóspitas condiciones, asociadas a las numerosas dificultades y estorbos de distinta naturaleza, inherentes a la nueva vida de emigrante. Todo eso es la consecuencia del inmoral tráfico de seres humanos perfectamente organizado por grupos que cuentan con una estructura que les permite engañar y seducir, mediante golosas promesas, a personas desesperadas y ávidas de abrirse un camino prometedor. Son los explotadores de la miseria, los mercaderes de la geografía del sufrimiento humano...

Estas dos cuestiones citadas no escapan a la influencia de la pandemia. “La pandemia de la covid-19 ha agudizado otros problemas que ya existían antes, y es lógico pensar que se producirán más estallidos, quizás más virulentos aún que los anteriores”, ha vaticinado el prestigioso periodista Jon Lee Anderson en su obra de reciente aparición Los años de la espiral. Los tiranos se aprovechan para practicar un mayor control sobre las ocupaciones de los ciudadanos, y los inmigrantes “ilegales”, los que no perecen en el intento, son sometidos a una traba más de los países acogedores, derivada del covid-19, para frenar la propagación de la plaga.

Otro drama que esta alcanzando cotas preocupantes en España es la violencia de género que se ha cobrado la cifra de cuarenta y tres muertes el año pasado, es decir, un promedio aproximado de cuatro mujeres asesinadas al mes. Es descorazonador e indignante ver como ciertos partidos se niegan a reconocer el carácter sexual de estos actos englobándolos en la denominación de crímenes domésticos y, por consiguiente, no quieren admitir la evidencia de la violencia patriarcal. Podemos intuir que esta coyuntura resultante de la pandemia puede tener una influencia negativa sobre la relación de algunas parejas, y ser un elemento catalizador de la violencia en las que ya sufren de fisuras, atraviesan una crisis, o tienen un historial de episodios de agresividad.

He elegido tres cuestiones, que debido a su estancamiento y a la poca eficacia de las soluciones, hasta ahora propuestas, son dignas de ser mencionadas y de justicia social, y no deben dejar de suscitar interés y remover conciencias. Espero que no se queden en saco roto. Podría haber elegido otros, menos manidos, pero exigirían un bagaje cultural más elevado y temo no estar a la altura. Me quedo medianamente satisfecho por haber puesto el acento sobre algunos aspectos del recorrido vital de cierta gente que nos rodea, o con la que nos hemos codeado en algún momento, sin, a veces, pararnos a pensar sobre la inmensa carga que les resulta llevar su propia existencia.

El reloj del tiempo va raudo y la vida sigue inexorablemente su curso. Muchos hombres y mujeres nos han dicho adiós con la satisfacción de haber cumplido el deber que se impusieron, sobre todo por haberse sentido útiles a su entorno; otros, con sus obras y su modus operandi, han sabido crear las condiciones necesarias para la evolución de nuestra sociedad, lo que ha requerido por parte de ellos esfuerzo, sacrificio y generosidad. En este grupo incluyo los profesionales de la salud y los investigadores que, en este momento tan crucial, han dado origen al asomo de luz que se percibe en el túnel de la pandemia, y es menester rendirles un apropiado tributo. Para finalizar, me he quedado conmovido por la intervención de la joven poetisa y activista norteamericana Amanda Gorman, desde la escalinata del Capitolio, en la jura del cargo de Joe Biden, declamando con elegancia los versos de su significativo poema titulado “La colina que subimos”: “siempre hay luz, si solo somos bastante valientes para verla, si solo somos lo bastante valientes para ser la luz”. Un mensaje que nos infunde optimismo, confianza, coraje y esperanza para enfrentarnos, entre otros, a las desigualdades e injusticias.

El doctor Alix Coicou es médico-psiquiatra.