Pablo Laso y el síndrome del corazón roto

Image
10 jul 2022 / 04:00 h - Actualizado: 10 jul 2022 / 04:00 h.
"Baloncesto","Real Madrid"
  • El ya exentrenador del Real Madrid, Pablo Laso, en una fotografía de archivo. EFE/ Sergio Pérez
    El ya exentrenador del Real Madrid, Pablo Laso, en una fotografía de archivo. EFE/ Sergio Pérez

No hay terminología más gráfica que refleje los avatares de la existencia que el “síndrome del corazón roto”. Contra lo que pudiera parecer, no se trata de una angina de pecho o un infarto, sino tan solo de sus síntomas, que duran periodos laberínticos inciertos.

Esta semana, la noticia del deporte ha sido la defección de Pablo Laso, el entrenador que cambió el devenir de la sección de baloncesto del Real Madrid. Ni falta hace puntualizar que no soy merengue y que de canastas nada entiendo, salvo los tiempos muertos, esos en los que Laso decía a sus jugadores que mejor comieran palomitas, y que debieran patentarse para determinados momentos en que algún fulgor deshace nuestras vulgares existencias.

Para colmo, no tiene cura; como las jarchas mozárabes, aquellas de “tanto es el dolor por mi amado que ¿cuando sanará?”

El dolor del músculo que nos late a la izquierda, es lo que en japonés se denomina kokoro y evoca la última exhalación que ya desde los griegos hacemos hacia nuestras madres, con las que seguimos dialogando desde la orfandad y donde quisiéramos que la princesa acabara rescatando al dragón.

No es lo mismo que el “canguelo”, como se dice en la tierra de nuestro “pobre” Blas Infante, (Santiago Abascal dixit). Esto es lo que Urreizpieta sintió, cuando tomando su propia medicina, fue seguido por los detectives contratados por el simpar Luis Rubiales. Con esa calva, no sé a quién se le ocurrió apodarlo Rubi. Bromas aparte, está claro que los auriculares en los directivos del deporte español mejoran con los años, desde aquella cátedra de Miguel Cardenal, el que ahora trabaja para la Tercera República. Roures sí tiene quién le escriba los hechos probados. Eso sí, a sueldo...

Pero no quiero distraerme, que Laso me regañaría. El síndrome del corazón roto es el aviso postrero de que hay que retornar a la vida, así que más vale que apilen botellines antes de que estén por las nubes. De no ser así, la urbe se envolverá por la fiebre de cada verano, sofocante y envilecida.

Pablo llegó en una silla de ruedas al banquillo del Real Madrid; y consiguió algo reservado a los dioses; levantarse con su propio pie para ir al encuentro de su rival Mirotic, con el que se fundió en un abrazo. Un momento borgiano. Paz y amor, a ver si me lo apunto...

El corazón roto es lo que debió sentir Djokovic cuando fue deportado de Melbourne por no ponerse la vacuna, qué dolor. El mismo síntoma que al locutor que se echó a gemir, mientras narraba la victoria de nuestro “vacunado” Rafa Nadal. Me cuentan que a más de uno le subió la tensión y que, desde entonces, practican el padel como sarpullidos.

Pero, siendo serios, un día, frente a un bosque de encinas y pinos, en el sendero de Almudena Grandes que lleva a Punta Candor, descubres ese dolor íntimo, que, por no ser grave, no tiene sanación. Aun recuerdo a Julio Anguita, cuando decía que no había pena más grande que no poder hacer lo que uno sueña, porque tu corazón te lo impide.

Y ahí quería llegar. Debería ser uno mismo quien decidiera cómo convulsionar. Yo confío que me alcance después de unos buenos chicharrones de atún, ya pasé hace tiempo de la lujuria a la gula.

Pablo Laso no volverá donde anhela. Ningún Dios ni cíclope le permitirá tal “azaña”. (qué manía la de comerme la h en esta palabra). No en vano no es un infarto, sino el corazón roto.