Me siento estafado, insultado y ninguneado. Pedro Sánchez ha logrado que al menos un votante socialista jure solemnemente no volver a votar al PSOE nunca jamás. Yo soy ese votante socialista. Lo del pacto con Iglesias ya me gustaba poco. Esto del acuerdo con ERC sin, por ejemplo, hacer mención a la Constitución española me hace sentir náuseas.

Los catalanes podrán decidir su futuro en solitario. Y los demás mirando. Sánchez negocia como si la soberanía nacional se pudiera subastar a cambio de un sillón en el palacio de La Moncloa; Sánchez negocia convirtiendo a la gran mayoría de españoles en ciudadanos de segunda o de tercera; Sánchez se humilla y permite que humillen a casi todos los españoles. Solo los independentistas (una minoría absoluta) tienen razones para alegrarse.

Si Rajoy fue una máquina de fabricar independentistas, Sánchez es una máquina de crear seguidores del populismo de Vox. Entre uno y otro han logrado rescatar esa bonita imagen de las dos Españas, del guerracivilismo, del conflicto eterno.

Pedro Sánchez ha dado la razón a todos los que han pensado desde el principio que sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de seguir siendo presidente del Gobierno de España. Y, seguramente, lo terminará siendo aunque arrastrando por el lodo lo que es y lo que somos sus compatriotas. Y los catalanes independentistas sacando provecho, y los vascos también, y algunos delincuentes (llamados políticos que hacen las leyes para ellos, para salir bien de cualquier jaleo) dando vueltas por las ciudades de Europa y burlándose de España, de los españoles y de lo que representan.

Pedro Sánchez está logrando que los odios, las fobias y los rencores, se instalen en buena parte de la sociedad española. Y lo que no sabe es que estas cosas nunca terminan en un lugar tranquilo. No, esto acabará mal porque ha comenzado mal.

Y, mientras, Santiago Abascal frotándose las manos y deseando que lleguen unas nuevas elecciones. Porque Casado también tiene su buena parte de culpa por la que pagará en las urnas y Arrimadas no cuenta ya.

Desde luego, qué pena de políticos. Qué pena de España y qué pena de valores elementales perdidos en algún lugar del camino.