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Los medios y los días

¿Para qué sirven los sindicatos?

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01 may 2021 / 04:00 h - Actualizado: 30 abr 2021 / 21:59 h.
"Los medios y los días"
  • EFE
    EFE

Esto del Día del Trabajo suena ya a algo antiguo y sin embargo se trata de un tema tremendamente actual y de enorme interés que coloca ante los sindicatos retos claves. El sindicalismo en España lleva ya mucho tiempo en crisis si pensamos que las organizaciones se miden por sus afiliados y por su poder de influencia. La globalización los sitúa además ante instantes esenciales. Como ha mostrado un estudio publicado por la Fundación 1º de Mayo, dependiente de CCOO, en 24 de los 32 países europeos estudiados se produjo un descenso de la afiliación entre 2010 y 2017, siendo el promedio de la caída de casi el 14%.

Sin embargo, los sindicatos y organizaciones de trabajadores siguen siendo imprescindibles, es algo muy de las corrientes de derechas desprestigiar a los sindicatos acusándolos de haberse convertido en una especie de instituciones pseudofuncionariales que viven gracias al erario público. En efecto, como señala Vozpópuli, “los sindicatos de clase, o no de clase, corporativos, profesionales o de la Administración central, así como las organizaciones que representan a los autónomos y la patronal tienen asignada una subvención directa de los Presupuestos Generales del Estado de 2021, los más ‘sociales’, de al menos 40 millones de euros, un 10% más que la asignación fijada en años anteriores. Una cantidad que es nueve veces superior, por ejemplo, a la subida porcentual de las pensiones”. Pero entonces los mismos que critican este hecho deberían criticar el dinero público que se gasta el Estado en financiar a las organizaciones empresariales, colegios privados, clínicas privadas, partidos políticos, etc.

La necesidad de los sindicatos -desde mi punto de vista- se deriva, en primer lugar, de un principio vamos a llamarlo filosófico. Yo creo que, a nivel macro-histórico, el humano funciona como colectividad mundial gracias a una presencia sustancial del equilibrio del terror: yo te tengo terror a ti porque, al igual que yo, tienes armas nucleares. Si antes esas armas eran casi monopolio de EEUU y de la Unión Soviética, ahora se han sumado con enorme intensidad China, Corea del Norte, Irán, India, Pakistán y por supuesto la Rusia heredera de la URSS. A nivel cotidiano, funcionamos con el equilibrio del temor: te respeto porque si yo llevo una pistola -metafórica y a veces real- sé que tú tienes otra. Además, si nos alineamos con Hobbes y su hombre que es un lobo para el hombre, las personas deben organizarse para defenderse de otros grupos. Esta es la realidad, en un primer término, luego si queremos recitar poemas estéticos y celestiales o decir frases lindas para intentar mejorar el mundo podemos hacerlo, faltaría más.

El problema llega cuando los sindicatos son absorbidos por el poder y dejan de ser contrapoder y cuando intensifican sus crisis por falta de adaptación a las nuevas situaciones del siglo XXI. En este sentido, ya se ha visto antes que se trata de entidades subsidiadas. Sin embargo, el asunto va más allá. Una información firmada por Carlos Sánchez que ha editado El Confidencial, permite extraer datos e ideas clave que nos dan una visión certera de la crisis sindical.

Los sindicatos se tropiezan ahora con una mayor dispersión de las personas que necesitan apoyo frente a los más poderosos: repartidores, dependientes, comerciales, transportistas, teleoperadores, autónomos o, simplemente, pequeños empresarios. A su lado están profesiones liberales que hoy han sido proletarizados ante el empuje de la globalización, ante la explosión de la externalización de actividades para ahorrar costes y desactivar los centros de trabajo donde la capacidad de presión sindical es mayor y ante los avances tecnológicos que producen excedentes en el factor trabajo. En particular, a consecuencia de la mecanización y robotización del empleo. Algunos estudios estiman que en EEUU un trabajador puede cambiar, por término medio, hasta 11 veces de empresa a lo largo de su vida laboral, y España va en la misma dirección. Esto se llama, en lenguaje cotidiano andaluz, un sinvivir. Y en el campo psicológico, inestabilidades emocionales varias.

La creciente individualización de las relaciones laborales iniciada en los primeros años ochenta al calor de las desregulaciones y de lo que se ha llamado 'hegemonía del mercado' frente a las viejas instituciones laborales es otro factor a considerar. Ahora empiezan a perder fuerza los convenios colectivos y se tiende a que el trabajador negocie con su empresa sus condiciones de trabajo. El individualismo de la posmodernidad se extiende al mundo laboral El teletrabajo -aunque ya veremos el grado de implantación que al final logra- es otro factor de diáspora, la clase trabajadora se va olvidando de que la unión hace la fuerza y pierde su conciencia de colectivo porque su pluralidad de intereses y la tendencia centrífuga del sujeto lo llevan por otros derroteros. La edad media de los afiliados sindicales se sitúa en España cerca de los 48 años, por encima de los 43,5 años en el conjunto de la población.

Las continuas rotaciones en el trabajo, esa enorme cantidad de contratos precarios y/o temporales, la inteligencia artificial o robotización han alejado al trabajador de la empresa. La dinámica del mercado ha conducido a un divide y vencerás intenso. Ahora bien, el primer problema de fondo o realidad en un segundo término es ésta, en mi opinión: desconcienciación de la gente respecto a su situación en la vida y acomodo en exceso de los empleados y dirigentes sindicales. El segundo es más hondo aún: la por ahora natural tendencia de los seres humanos al individualismo autodestructivo, algo que imposibilita cualquier actividad esencialmente solidaria, empezando por el sindicalismo que aspira más que nada a enfocarlo todo bajo un prisma crematístico y no cultural ni ideológico. ¿Qué hay entonces de sustancial detrás de todas esas pancartas y banderas que podemos ver hoy por las calles?