Tribuna

Patología de la mascarilla

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28 oct 2020 / 08:10 h - Actualizado: 28 oct 2020 / 08:11 h.
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Hace tiempo que no surgen gurús, ni líderes espirituales.

El último conocido, Osho, (Bhagwan Shree Rajneesh), fue expulsado de los Estados Unidos, y hasta algunos sugieren que su ulterior muerte en la India, fue como consecuencia de un envenenamiento del que no se recobró. Ahora no deja de ser una serie de TV, de usar y tirar.

La mascarilla se ha convertido en ideología. Los niños entran en los Colegios “protegidos” por ellas y compiten para retribuir la más guay. Y ya hasta firmas se empoderan en derredor del diseño más innovador.

Las hay con la bandera española, que reafirman el patriotismo que se niega de los que las rehúsan; y por poner, hasta el otro día, en una calle céntrica, las he visto con alegorías al Tercer Reich. Otras, de color negro, simbolizan la izquierda y las verdes el Ejército. De todo en la viña del Señor.

No hay día en que no te sientas culpable si no la usas; ni momento en que algún probo ciudadano te regañe o censure –casi siempre agriamente- por su temporal ausencia.

Las mascarillas han devenido en dolencia sistémica de la uniformidad, de la que habría que desconfiar, del mismo modo que de las estrellas que adornaban los antebrazos de los judíos, impelidos por Goebbels, tras la noche de los cristales rotos.

España debe ser un residuo del Estado franquista, instalada en el miedo y en los ansiolíticos (ya somos el primer país europeo en su consumo), bajo la ropa de la alarma o queda, que no está de más una añoranza del 23F y la irrupción de los tanques en Valencia.

Nos acojona no llevarlas, en eso España es diferente; mientras los europeos las cuestionan. Ya pronto solo nos las quitaremos para comer peladillas y aun no estoy seguro de ello.

La mascarilla y el toque de queda serán la primera causa de divorcio y hasta alguien ejercitará alguna acción de responsabilidad inútil tras el Informe desfavorable de la Fiscal General del Estado. Aquí nadie protesta y hasta agradecemos los bozales, que en Suecia son voluntarios y se dejan a la responsabilidad de sus ciudadanos.

Pedro Sánchez e IIla las han instituido en símbolos, de los que ellos son sus sumos sacerdotes o gurús, descartada la rima asonante, impidiendo que nuestras mentes se abran a la realidad y las cuestionen.

Si protestan los italianos, son los fascistas; si protestan los franceses, los radicales de izquierda. Aquí nadie dice nada, como mucho Vox interpone recursos de constitucionalidad, en una curiosa paradoja que jueces con mascarillas rechazarán. Y es que solo nos queda (y llegará), la imposición del servicio a Dios o los colores distintivos entre sintomáticos o asintomáticos.

Mientras escribo estas líneas, se hace la noche y la queda, que lucrará las estanterías de pizzas de los supermercados del barrio. Decides arroparte junto a tu pareja o si estás solo te acuestas rogando un nuevo alba, por supuesto... con antifaz.

Y así la libertad en España ha quedado en la dicotomía entre Sálvame o Cuarto Milenio; o pizza con atún o con bacon. Ya ni el futbol profesional –único deporte que preservan- nos alboroza.

Yo dudaría, solo fíjense en la sonrisa de Pedro Sánchez junto al Papa... por supuesto, sin mascarilla; que los símbolos son la parte perfecta de todo sistema exiliado del libre pensamiento y de cualquier atisbo de sabiduría.

En fin, decidido... monogamia, “Aquí no hay quien viva” y sin cebolla...

Dios nos ampare.