Paz Padilla y la muerte

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23 may 2021 / 04:00 h - Actualizado: 23 may 2021 / 04:00 h.
"Tribuna"
  • Paz Padilla en Sálvame. / Telecinco
    Paz Padilla en Sálvame. / Telecinco

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En 1.975 un Psiquiatra americano llamado Raimond Moody escribió un libro que pronto se convirtió en best seller que llamó “Vida después de la muerte” y que recreaba la experiencia de varias personas que habían cruzado esa frontera sin valla modelo Trump que sigue siendo un tabú y que hasta motiva -en su aversión- colas de vacunación en enormes Estadios. Sí, eso que llaman “efecto rebaño”.

Desde entonces, muchas han sido las monografías que han versado sobre este dilema llamado muerte, y en Barcelona hasta existe una Fundación llamada Kübler Ross, en evocación de una enfermera que asistió a diferentes procesos de expiración, como tránsito en los ojos de pacientes terminales en gélidas camas de hospital. En un pequeño local, instruyen sobre cómo superar el óbito de los seres próximos, aunque carecen de programa para subvenir las ausencias en vida, como la de padres que no verán más a sus hijos, por mor de la niebla blanquecina de Juzgados regidos por la Obra o las leyes de género.

Resulta hasta irrisorio que el único episodio televisado de fractura entre progenitor e hijos, sea el de Rocío Carrasco, siquiera porque sea la única privación aliviada por turgencias de lino o aceites de spa, por derrama de los derechos de autor de los discos de mamá... Y aunque uno ya ni encienda la pantalla, en estos días la prensa del corazón ha informado sobre el despido de Paz Padilla.

La presentadora gaditana sufrió el año pasado la pérdida de quien fuera su pareja, Juan Antonio Vidal, aquejado de un tumor cerebral y con punto y final en el tiempo. Morir puede un hecho imprevisto o con cuenta atrás en el minutero.

Las lecciones de Paz Padilla sobre cómo despedirse de quién sabemos que se va, suponen una brizna de aire fresco sobre la pasión por vivir, con olor a lavanda donde solo hay tumefacción y espanto por los olores de la incontinencia.

Esta escena de fenecer en brazos de alguien, frente al invento de la mano hinchable a la que asirnos, alcanza una ternura tal que quema, cual ira de un oso, en contraste del hielo sobre los féretros apiñados en Madrid.

La pareja de Paz era funcionario y estaba separado. Había sido padre en una anterior relación. La presentadora hiere con el relato de no aceptar separarse ni un minuto de él, solo quebrado cuando él iba a estar con su hija, ausencias que ella asumía porque “su niña era para él, su vida” ...

La ciencia de la Física se resiste a Dios y a la trascendencia sobre la muerte, no en vano no cabe en el relato del viaje de los átomos, y aun así la devoción sigue indemne en los recintos deportivos en hilera serpeateante hacia la Pfizer o Moderna, imán hasta para las sotanas de los templos monoteístas.

Como dijo la presentadora, “no es el dolor. Lo que no puedo controlar es el amor” y es así como uno acaba entendiendo que los desechos de los despidos, del orden establecido, de las togas cosidas a mano, solo son punitivas de la rima asonante.

Mientras yo, drogado de amor, borracho de mi propio odio, como inhalando pintura, ya solo espero que alguien me brinde el teléfono de Paz Padilla...