Ayer fue el primer día de cierre de negocios no esenciales a las 18 de la tarde y muchos volvieron a su juventud.
Esa época de la vida en la que un banco o una escalera eran las localizaciones en las que se empezaban a forjar los primeros amores. Esas miradas que se cruzan y se quitan rápidamente por la vergüenza de mostrar los sentimientos, ese momento en el que las manos se rozan por primera vez, el primer beso o el primer te quiero.
La gran diferencia era que los protagonistas ya no tenían 15 años. Los que antes iban a bares ahora buscan la orilla del río. Los que subían a una azotea para ver las vistas se tienen que conformar con las escaleras de la Plaza del Triunfo.
Las primeras citas que se originan gracias a la aplicación Tinder ya no quedan en el restaurante de moda de turno o en la zona con más bares de copa por metro cuadrado; ahora se van a pasear.
Muchos van a vivir una segunda ola de recuerdos. Algunas parejas se reforzarán y otras romperán. Muchos seguirán estando solos y otros vivirán un amor en tiempos de coronavirus, igual que los de verano, porque ambos tienen fecha límite: los primeros terminaban en septiembre y éstos últimos a las diez de la noche.
Ha vuelto la época de pelar la pava por la ciudad, pero esta vez es para todos los públicos y no sólo para los menores de 18.
Ha vuelto la época de hacer nuestros los versos de la canción de Alphaville: por siempre joven, quiero ser siempre joven.