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Peldaños en la Cultura

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18 ene 2022 / 06:00 h - Actualizado: 17 ene 2022 / 11:11 h.
"Opinión","Música"
  • José Menese.
    José Menese.

Esta anécdota me ocurrió en el Auditorio Nacional, en Madrid, cuando fui a escuchar y ver al cantaor flamenco José Menese en 1993. Como no sé de flamenco, me dejé —digámoslo— aconsejar por el Auditorio Nacional: si ellos lo había seleccionado es que podría escuchar el mejor cante puro del momento.

¿Qué pasó?: pues que el público llegó y se sentó en sus butacas. Vimos en el escenario apenas dos sillas de enea solitarias. A la hora en punto se atenuaron las luces y salieron José Menese y su guitarrista. ¿Qué hicimos el público?: aplaudir. Cuando se sentaron, ¿qué hicimos?: dejar de aplaudir y crear un silencio atento. ¿Qué hicieron ellos?: empezó el guitarrista y luego él cantó. Cuando terminó la canción, ¿qué hicimos?: aplaudir. Cuando aplaudimos el tiempo normal, ¿qué pasó?: que hubo silencio otra vez.

Entonces fue cuando ocurrió. Él dijo: «Esto no es así». (En realidad se oyó: «Ehto no e’ así). Y luego, sobre el silencio incómodo del público que sonreía apurado, añadió: «Yo... es que estoy acostumbrao’ a cantar en ventas, en comuniones (en “comuniones”, dijo, lo prometo), en fiestas... Esto es mu’ serio». El público le aplaudió. Pero habíamos venido a escucharle y volvimos a hacer silencio. ¿Qué pasó cuando empezó a cantar de nuevo?: que uno o dos del público se lanzaron con un «Ole», pero el público sonrió (se escuchó la sonrisa, ese «ja» contenido que se hace cuando uno siente un poco de vergüenza ajena: no era «ajena» por los que habían dicho ole, sino por nosotros mismos, por no estar en el sitio y lugar adecuado). De hecho, los tíos del «ole» entendieron el mensaje de las sonrisas forzadas y no volvieron a jalear en toda la noche. Y el concierto se adaptó, sin más quejas del cantaor, al «estilo auditorio»: canción-aplausos-silencio-canción.

Yo uso esta anécdota en mis clases de Historia de la Música de la Universidad para enseñarles a los alumnos el avance de la Cultura (con sus pros y sus contras) y el concepto de funcionalidad en la Música (y en las Artes en general): Se dice que al final del Barroco se dio un paso en la evolución de la Cultura cuando la gente se reunió en un salón para escuchar música, sólo para escucharla. Hasta entonces la música había tenido alguna funcionalidad: animar al baile, acompañar en una cena, crear un clima de oración en la iglesia, levantar los ánimos en la batalla, pero ¿sentarse sólo a escucharla, a ver cómo se interpretaba en silencio?, eso era nuevo. Y era un paso en la Humanidad. Como si hoy en día nos sentáramos a ver pasar ropa puesta (ah, ya lo hacemos en los «desfiles de moda») o si nos sentáramos a ver pasar camareros con sus bandejas que no van a servir mesa alguna (se ha hecho, pero todavía poco, el «Arte de camarerear» no está cogiendo fuerza todavía).

La semana pasada se estrenó en España la película francesa «Delicioso» y aportaron un dato similar a lo que estamos contando: en la película se habla del primer restaurante de Francia. Hasta entonces se había dado de comer en las posadas de los caminos, pero aquí se cuenta (es sólo un detalle, la película no va de esto) que cuando se llegaba a una posada se pedía la comida y entonces te la daban en un cuenco o plato y te buscabas dónde sentarte, incluso te podías sentar en una silla ante una mesa, pero cuentan que las mesas no estaban puestas. Y tarda el dueño de ese primer restaurante en asumir la nueva idea de tener mesas puestas con sillas y cubiertos para que cuando la gente llegara se sentara y esperaran a ser servidos. Eso supuso un cambio cultural importante. Me pareció un dato de cambio cultural importante.

Ese cambio lo vivimos en un aspecto muy parecido toda la generación que en los años 70 visitó por primera vez unos Grandes Almacenes. Hasta entonces habíamos ido a una tienda donde había un mostrador y tras él el tendero y los productos, se los pedíamos, él los ponía sobre el mostrador, se los pagábamos y entonces nos los podíamos llevar: el mostrador era la línea física (pero mental) que separaba lo tuyo de lo mío. Pero, de pronto, en El Corte Inglés, teníamos que coger una cosa de unas vitrinas y hacer el esfuerzo mental de no salirnos a la calle directamente. ¡Si lo teníamos ya en nuestra mano!, si había desaparecido la línea física del mostrador. ¿Cuántos años tardamos en eliminar la tentación de irnos hacia la puerta con el objeto que ya «poseíamos»?

El cambio cultural en los conciertos ha tardado mucho en llegar. En el siglo XIX los caballeros entraban en la ópera de París siempre en el segundo acto (eso cuenta Wagner) porque venían de cenar. Y entraban charlando tan tranquilamente. En los palcos, esos pequeños apartamentos con sofá y cortinas, se follaba, por supuesto, y se cotilleaba sin parar sobre todos los asistentes. En el siglo XX mi madre me contaba cuando en los años 50 las clases humildes iban al «gallinero» del teatro (última planta, bancos corridos sin respaldo) con cestas de las que llevaban al mercado, cargadas de bocadillos y frutas. La ópera era un espectáculo que duraba toda la tarde y noche, pues el cambio de escenografía requería casi cuarenta minutos y comían mientras charlaban a la espera. De ahí que pudieran tirar tomates (expresión que aún hoy se utiliza) a los cantantes que desafinaran. Yo he dirigido orquestas españolas en Marruecos con repertorio clásico y el ambiente del teatro seguía siendo el que tendría un bar con música de Jazz: el público hablaba sin pudor alguno. ¿Por qué se iban a tener que callar?, sólo sonaba música. ¿No es la música un acompañamiento para otras cosas?

Cuando José Menese dijo «Esto no es así» no se daba cuenta de que su arte estaba cambiando de funcionalidad: de ser un arte para la juerga privada donde todos los participantes cantan, tocan o bailan, a ser un arte para la contemplación estática de un público que abstrae su contenido. Tampoco se daba cuenta de que el flamenco, con él, estaba escalando un peldaño en la Cultura, la cultura del respeto por la obra de arte.