Pequeñas grandes proezas

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02 ago 2022 / 09:25 h - Actualizado: 02 ago 2022 / 09:30 h.
  • Pequeñas grandes proezas

Uno de los hechos anecdóticos más interesantes de los que he tenido conocimiento esta semana en mi estancia en Ciudad de México ha sido el de la construcción de la rejería del Coro de su Catedral. La joven guía del Coro contó, sentada en una silla, sin apenas darle importancia (estaría cansada de su profesión de papagayo) que las rejas habían sido diseñadas por el maestro artesano Nicolás Rodríguez Juárez en 1721 y que las mandó construir en Macao con una variedad de metales llamada tumbaga, que mezcla hierro, bronce y oro.

Ahí, más o menos, terminó la explicación y comenzó mi perplejidad. Fui capaz de imaginarme al tal Nicolás Rodríguez diciéndole al Arzobispo: “He diseñado ya las rejas que cierran el Coro. Este es el diseño”. “Muy bien”, le diría el arzobispo. Y luego, Rodríguez añadiría: “Me gustaría que las construyeran en... China. Más concretamente en Macao”.

El espíritu humano y su ambición, no tienen límite. Ahora creemos que el mundo está globalizado, que pedimos por AliExpress una funda de móvil de 4 euros a China que te llega en mes y medio, y creemos que somos unos pioneros de la globalización. El mundo se achica y nosotros lo vivimos creyendo que somos los debutantes, los primeros en atrevernos a semejante hazaña. Pero es que siempre hemos sido así, ambiciosos y sin límites.

Pues, efectivamente, se le asignaron 10.000 pesos de la época a la construcción de la reja, y los esquemas e instrucciones viajaron por la llamada Nao de China (una ruta marítima que comenzaba en Cádiz y terminaba en India, pasando por Veracruz, Acapulco y Manila y cubriendo todo el Sudeste asiático -¡en 1721!). Los planos fueron traducidos al chino por un fraile franciscano italiano en Macao y en 1722 un chino llamado Quiauló (o Queaulo, según otras fuentes), se encargó de su construcción.

Dos años después, 125 cajones llenos de barras fueron transportados por el barco Nuestra Señora de los Dolores hasta Acapulco, donde se desembarcaron y se transportaron en mulas hasta la Ciudad de México. El coste total fue de más de cuatro veces lo presupuestado, 46.380 pesos. (Lastimosamente, luego, en 1967, toda la reja se quemó en el gran incendio de la Catedral donde la mayor parte de la sillería del Coro se perdió. La sillería se repuso, pero la reja sigue negra. Dicen que no ha habido dinero para limpiarla...).

La proeza de mandar a construir estas rejas a más de 16.000 kilómetros de distancia, propia de empecinados cabezones amantes de la calidad, me recordó de inmediato a lo que me contaron cuando visité el obelisco de Hatshepsut, en Karnak, Egipto, sobre su construcción y traslado. Fue tallado mil quinientos años antes de Cristo en la propia cantera de granito de Asuán, a 209 kilómetros de su lugar de instalación, con una medida de más de 28 metros de altura, en una sola pieza de granito rosa. Y en esa sola pieza, fue, primero, deslizado en un trineo de madera hasta el Nilo, montado con sus 343 toneladas, en una gigantesca nave, transportado río arriba hasta Karnak, desembarcado (eso tuve que ser digno de verse), con cuerdas y poleas, y arrastrado, sin que se rompiera, hasta el centro de la ciudad. Entonces, entre quizás cientos de hombres y cuerdas y poleas, puesto en pie sin que se dañara.

Aunque el más difícil todavía lo hizo Champolion en 1831-33 llevándose el obelisco del templo de Luxor hasta París.

Y cómo estas, cientos, miles de historias.

No me digan que el espíritu humano no es admirable.