Pequeñas historias para no pensar (mucho)

Image
04 dic 2022 / 03:00 h - Actualizado: 04 dic 2022 / 03:00 h.
"Tribuna"
  • Pequeñas historias para no pensar (mucho)

TAGS:

Mi mujer es rara pero especial

Las gotas de sangre en el lavabo, ese mosquito vampiro imbatible por la noche y aquel aire raro de un ser invisible al amanecer. No sé, me he vuelto muy observador mientras sigo convaleciente en casa con mi herida sangrante que no acaba de cicatrizar. Eso sí, mi mujer me cuida mucho. Un poco especial: duerme poco, le habla a las cucarachas y le gusta coleccionar enormes colmillos de plástico. Pero aparte de eso no me puedo quejar.

Cualquier día para morir

Es mediodía caluroso. Me alejo del pueblo y dejo atrás las campanadas de la iglesia. Voy sin gorra y con una botellita de agua. Después de dos horas abrasantes llego al río ruidoso. Exhausto, no quiero beber de su torrente. Vuelvo: dejo atrás el croar de latas de cerveza de una gente, más sol y la botella vacía. No llego. Me voy a desmayar. ¡Agua, agua! Al final una casa y un vaso de agua de una vecina. Vuelven a sonar las campanas.

Mamá, lejana

Otra primavera, mamá, como aquellos días en que te paseaba en tu silla de ruedas por aquel pueblo extraño. Cuando iba a verte me saludabas con un llanto infantil. Con mis abrazos quería defenderte y cargarte de energía ante aquella residencia tan ajena a tu ser. Ponía palabras en tu boca y un poco de azahar en tu regazo. Una madrugada de otoño te fuiste lejana en un mundo nuevo de mascarillas, protegiéndome de tu dolor.

Las cosas

Voces y sirenas, ruidos de motos y sonidos destemplados del campanario entran por las ventanas abiertas del salón. Todo está oscuro. La revolución de las cosas se pone en marcha con alevosía nocturna: un libro se inclina sobre otro, el crujir del suelo de madera, un leve temblor del edificio, un cepillo de barrer que pierde el equilibrio y cae detrás de la puerta... Ahora apagados los ordenadores, reivindican su ser y su relación con el mundo.

Mi abuelo sigue comiendo bizcocho

Era un hombre viudo que no se hablaba con mi madre. Yo había decidido vivir con él pero al mismo tiempo estaba empeñado en buscarle novia. La anciana del cuarto era la candidata y al final, acabaron merendando todos los días. Bizcocho casero, café, ventosidades, tertulias con audífonos y siestas compartidas; eran la misma felicidad.

Cuando ella murió mi abuelo perdió su último audífono en el casino. A partir de ahí, los nuevos que se compraba los acababa entregando él mismo en objetos perdidos. Mi abuelo no quería conectarse con nadie, pero se había aficionado al cine mudo y al bizcocho.

Siempre nos quedará la alfombra

Me echaron de la casa por emborracharme. Ten cuidado no vayas a vomitar en la alfombra nueva que es nueva, me decían. Voilà, ahí se quedaron mis penúltimas dignidades esparcidas. Un ratito más tarde en la calle ya estaba dispuesto a seguir alimentando el cargador de mis malos amores, con la última copa de la noche. Buenas, lo de siempre. Y allí estaba una mujer desconocida y yo intrépido besándonos en el bar. Amanece, fuera le está esperando su pareja. Otra vez solo desde que me dejó la mía pero sonrío y brindo con una cerveza por ellos. Ah y mañana a limpiar la alfombra.

El interés de tener un anillo

Entre el tanatorio y la oficina de objetos perdidos, en mitad de un descampado, decidí pedirle matrimonio a Loli. Mi abuela había fallecido y yo tenía su anillo de diamantes. Habíamos salido fuera del mortuorio un ratito y ante la emoción por lo fugaz de la vida, ahí estaba yo en el campo ofreciéndole el anillo a mi novia. Naturalmente dijo que sí.

Ya hace un mes y aquí estoy delante de la casa de empeños. En una mano el móvil ardiendo, en la otra sujetando la urna de cenizas de mi abuela. “Esa muchacha no te conviene”, me decía. Pero que bien quedaba su anillo en el escaparate.