Pin Pan Pum

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Álvaro Romero @aromerobernal1
18 ene 2020 / 10:44 h - Actualizado: 18 ene 2020 / 11:00 h.
"Viéndolas venir"
  • Alumnos de la enseñanza pública durante una clase.
    Alumnos de la enseñanza pública durante una clase.

Lo deseable en una escuela pública, de todos, a la que llamamos del Gobierno, aunque sea nuestra, es que el alumnado viniera educado de casa y allí solo hubiera que enseñarle determinadas disciplinas: los idiomas, la historia, las matemáticas, la geografía o el dibujo. De ahí la disonancia entre Educación y Enseñanza. Pero la práctica, que nunca coincide con la hermosa teoría, es que ningún ministerio ni consejería ha tenido el arrojo, hasta el momento, de bautizarse como de Enseñanza, sino que todas estas instituciones públicas terminan siendo de Educación.

La práctica es que en las escuelas públicas se termina, al menos, intentando educar más allá de lo que se enseña, no solo porque determinadas familias adolezcan de la capacidad educativa que la teoría les presupondría, sino porque la obligación del Estado es también educar conforme a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De modo que, aunque todas las personas son respetables, todas las opiniones no, aunque se digan en el seno del hogar, aunque las diga mi padre o mi madre, aunque las diga el papa. En un estado de derecho, hay derechos que se reconocen y derechos que no caben, que no son, o que atentan por incompatibilidad contra el derecho ajeno.

Todo ello, que ya de por sí tiene suficiente peso, junto a la olvidada libertad de cátedra de quienes tienen el hermoso oficio de enseñar y por ende educar, constituye un argumentario gigante contra la recurrente injerencia de quienes, en el fondo, mandan a sus hijos a la escuela pública porque no pueden enviarlos a un cole privado, desde donde tratar de enmendarle la plana al poeta libanés Khalil Gibran: “Tus hijos no son tus hijos, / son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma. / No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen. (...) Puedes esforzarte en ser como ellos, / pero no procures hacerlos semejantes a ti, /porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer. / Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados (...). / Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad”.

En rigor, toda esta guerra del pin no es un despecho de orgullo parental, sino una frivolidad de clase más. Desde que olvidar el pin del móvil se convirtió en un drama, los otros pines fueron amasando una tragedia. Nuestro país hizo “pin” y se encontró con cuatro dígitos: 1936. Luego, tras el espejismo de otro pin -1984-, llegamos al futuro que no es lo que era, y volvemos al pin de la noche de los tiempos, el pimpampún con los niños de por medio.