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“Pique entre ciudades”

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14 ago 2021 / 09:58 h - Actualizado: 14 ago 2021 / 10:01 h.
"Tribuna"
  • Alex Zea. / E.P
    Alex Zea. / E.P

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El pique entre ciudades no tiene sentido aunque en alguna ocasión ha sido rentable para quien empezó a presumir de ser agraviado, o sea el “pique” con otra ciudad, será por aquello de que quien no llora no... recibe favores ni subvenciones. Pero para “pique” el de Coria y la Puebla del Río, más fuerte que una salsa mexicana, por culpa del mosquito del Nilo, peligrosísimo bicho que no ha recibido ni una riña por parte de la Junta, aunque en el caso que nos ocupa el mayor escozor ha sido de cierto periódico especializado en picores y eczemas políticos, muy divertido él con remover viejos resquemores que un alcalde sin ideas lanzó contra otra ciudad, para desviar el interés de su inactividad culpable.

Ahora han llamado “pique” una breve discusión entre dos alcaldes, que, como mucho, no ha pasado de ligero resquemor, si acaso. “Problemillas” del verano y de medios necesitados de lectores, para quienes un ligerísimo par de palabras es un picor insufrible y se embarcan en inventar problemas y en recuperar un enfrentamiento tan sinsentido como todos los enfrentamientos entre ciudades, quizá porque, si en su momento fue rentabilizado por quien lanzó la primera piedra —la primera, la segunda, la tercera y muchas más— ahora quizá pudiera ser aprovechado en número de compradores de periódicos llevados por el morbo de una polémica artificial inventada para ver si pueden vender un par de ejemplares más.

Crecer puede ser lícito. Puede, porque no se olvide: para crecer por encima de lo vegetativo, otros tienen que decrecer y porque crecer no es seudónimo de mejorar, ni de vivir mejor, ni de aumentar el trabajo. Pero puede servir para empeorar cuando las viviendas y oficinas construidas son compradas para especular. Con todo, lo peor es querer crecer a cualquier precio para superar a otra ciudad. ¿Superarla en número de habitantes? ¿Aunque los compradores no sean habitantes sino especuladores? Sólo es posible crecer en número de habitantes instalando más industria de la que la ciudad en concreto pueda soportar, en cuyo caso su crecimiento supone el decrecimiento de otras. Conviene recordarlo, pues por ahí se camina hacia la “Andalucía vaciada”. Nunca fue práctico ni recomendable desvestir un santo para vestir a otro.

Lo más peregrino y grave al mismo tiempo en el caso que nos ocupa, es que una pequeña y ocasional diferencia entre dos alcaldes haya sido pregonada por el periódico alfabético como “un pique entre dos ciudades”. Ni que los alcaldes fueran la ciudad. En el caso específico del de Málaga, de la Torre, suficientemente inteligente y sensato, sabe de sobra que miles de personas a quienes nos gusta la agradable y acogedora capital, vemos la torre del Puerto como una agresión, igual, exactamente igual que la ven muchos miles de malagueños. Porque la estética, como la capacidad de calibrarla, es universal. Ni de lejos esa torre beneficia a Málaga. En su lugar, como pretencioso preludio que es, anula a un símbolo mucho más malagueño, que es la rechoncha y simpática farola, todo lo contrario de la petulante torre, pretendido modernismo doscientos cincuenta años después del invento de los “rascanubes”.

Esas construcciones son pretenciosas dónde se pongan, pero en ciertos parajes resultan más agresivas, como ocurre con la torre Pelli —que encima ni siquiera es de Pelli—, ni más ni menos. Son soportables en otros lugares dónde no se rompa el perfil longitudinal de la ciudad —eso que ahora llaman “skyline”—, allá cada cual con sus personales gustos y sus ilusiones fálicas. Pero colocar algo que se puede construir en otros muchos sitios, dónde se destruye la armonía, no es detalle de buen gusto, ni siquiera de amor por la ciudad. En Málaga, en Sevilla y dónde quiera que se ponga.

Pero, claro, los dirigentes últimos de estos abusos anti estéticos son políticos y a los políticos no se les puede discutir, si no se quiere uno convertir en enemigo público inmediato. La opinión y réplica entre dos alcaldes a propósito de la torre del Puerto no merece el ridículo de llamarlo “enfrentamiento entre ciudades” como lo ha querido interpretar el periódico alfabético. De la Torre sólo ha contestado de forma directa a su amigo y homónimo Espadas quien, mientras sea alcalde de una ciudad debería abstenerse de opinar de otras y preocuparse de la suya en vez de llenarla de trenecitos tan lentos como estorbos, para ahorrarle la inversión a la Junta y al Gobierno. Pero es que a Espadas le encantan los charcos. ¡Qué le vamos a hacer!