Ayer se montó una especie de quedada espontánea de sevillanos ante el Ayuntamiento en una especie de acción de choque por un supuesto ataque a sus prácticas y costumbres católicas que, al parecer, pretendían perpetrar unos concejales.
En realidad se trata de una iniciativa para que la Corporación no presida ni participe en ceremonias religiosas. Nada nuevo ni nada para santiguarse. Pero para estos fieles entusiastas congregados a las puertas del Ayuntamiento parecía como si se hubiese decretado la quema de conventos y demás atrocidades de nuestro pasado. Este tipo de gente es así. En otros tiempos esos mismos (es una forma de hablar) asistían a la quema y escarnio de herejes en una plaza cercana. Es sabido también que en España se ha ido, con frecuencia, detrás de los curas o con un cirio o con una garrota.
Estas almas son una minoría poco representativa de la ciudadanía sevillana.
Y según aparece en el observatorio del CIS, que no es sospechoso, en España –con una población católica– sólo una minoría exigua se reconoce practicante de la religión. Es decir, que algunos de los que gritaban a los concejales son de los que van a las ceremonias religiosas como si de una efemérides meramente tradicional se tratara.
Ahora bien, lo que da vergüenza ajena es ver que Zoido salga a la puerta de su Ayuntamiento a jalear a esas buenas gentes provocando sonrojo con su desorientación. Porque en vez de representar su papel de concejal para exigir respeto al poder civil, se presta a aparecer como un clérigo tridentino en un episodio más de su descacharrante visión de la política.