Poesía para abrazar el mundo (estampas de verano)

Image
25 ago 2018 / 21:09 h - Actualizado: 25 ago 2018 / 23:13 h.

Frente al mar, leyendo poesía a esa hora en que la primera luz dibuja con nitidez los límites de cada cosa. El mar en su sitio, rizado por la brisa del sur, el cielo en lo alto, celeste limpio. No tenía mucho tiempo. Los quehaceres diarios, visitar el mercado, coger la escoba, luego el recogedor y la fregona, cargar el lavavajillas con las copas de la última cena, hacer las camas, todo lo necesario para que la fábrica familiar no sufra atascos, roban su tiempo. En seguida llegarían familiares y amigos para rodearme como un regimiento que, sabiéndose superior en número y fuerza, solo tienen que sentarse al sol a esperar la rendición de mi soledad. Fue uno de ellos el que me trajo la noticia: «lo desentierran por Decreto Ley». Y yo andaba en ese preciso instante con Gil de Biedma, Moralidades: «Media España ocupaba España entera / con la vulgaridad, con el desprecio / total de que es capaz, frente al vencido, / un intratable pueblo de cabreros».

Levantaron la losa de mil quinientos quilos y empezaron a salir despavoridos gusanos blancos, larvas amarillas, cucarachas grandes como ratas, y se contaban por decenas, por millares, por cientos de miles, hasta un millón, como los muertos de la guerra. Llegan en tromba desde el valle hasta el mar, justo por delante de mí, y se ahogan al tiempo que emiten un grito sordo, como si fuese último, casi de punto y final. Es cierto que uno cultiva en su nicho lo que sembró en vida. Se sabe de tumbas exuberantes, llenas de rosas, geranios, pacíficos blancos, orquídeas y jaras silvestres, casi todas ellas, sin embargo, en camposantos civiles de países del exilio. De esta salió lo que debía, y sin las cacofonías (impensables) de esa voz de pito inconfundible (que nunca entendí como alguien con ese molesto y chillón tono de voz, incapacitado para escribir algo con sentido, salvo malos cantos onanistas, un ser tan plano intelectualmente y con perfil de pera culona, pudiese mandar tanto).

Pero no se apuren. Todo esto será flor seca de un día. Lo que no quita que hubiese necesidad, democrática, y extraordinaria urgencia, moral. Así que todo lo que venga a partir de ahora pasará a formar parte de ese juego tan español como es el de querer descubrir en el otro, hasta en el amigo, el yugo azul escondido, la mancha bochornosa. Las cosas no son así, no hay dos Españas, aunque haya siempre quien desee confundir su deseo con la realidad. Como un soplo corto de viento, las conversaciones sobre el manoseado asunto durarán lo que tarda en llegar una risa irreverente. Porque una higa es su peso real, su exacta medida.

Así que volveré mañana a mi mar, a leer poesía. Porque antes de retomar la vida en su seriedad, justo como es, pese a que lo hayamos aprendido más tarde, me gustaría, desearía, quiero pensar que hay razones suficientes en pequeñas cosas «para abrazar el mundo: la belleza / que en un tono menor nos da la vida», (A. Cáceres, Tono Menor).