Policía patriótica o el eterno olor a podrido

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01 abr 2019 / 23:15 h - Actualizado: 02 abr 2019 / 09:59 h.
"Opinión","La vida del revés"
  • El comisario jubilado José Manuel Villarejo Pérez. / EFE
    El comisario jubilado José Manuel Villarejo Pérez. / EFE

Al final, algunos de los que hemos criticado, y que hemos señalado como grandes enemigos de España, van a tener algo de razón. Algo. Sin pasarnos porque estos se vienen arriba y piden la independencia para tres o cuatro provincias más en la misma manifestación.

Durante los cuatro primeros años que Mariano Rajoy fue presidente del Gobierno de España, cuando su ministro de Interior era Jorge Fernández Díaz (beato, perverso, santurrón, casi demoniaco y de misa diaria o más), en aquellos tiempos en los que Ignacio Cosidó era jefe de la Policía Nacional (luego se convirtió en emisor de mensajes de whatsapp en los que metía la pata hasta más no poder), alguno de estos o todos a la vez, inventaron lo que se conoce como policía patriótica (¡como si alguna policía en esencia no lo fuera!). Esta policía política, o pseudo policía, o policía de coña, tenía como misión encontrar pruebas terribles para buscar las vueltas a todo aquello que no fuera el Partido Popular (con papel estelar para Pablo Iglesias) y, de paso, debería hacer desaparecer todo aquello que estuviera en contra de los intereses del Partido Popular. Esto dicho así, como un mal chiste, tendría su gracia si no fuera porque es una prueba brutal para la democracia española que, efectivamente, no parece tan asentada o tan limpita como quisiéramos. Lo digo desde la tristeza, desde la frustración, desde el disgusto que supone saber que los políticos españoles (muchos) son una banda de tipos sin escrúpulos que nos terminarán arrastrando al abismo.

En España parece que no puede fiarse nadie de nadie. Esta policía patriótica terminó elaborando un informe tan repugnante como fallido, tan oscuro como tramposo, tan vergonzoso como patético. Desgraciadamente, no es la primera vez que el Gobierno de España comete un error de esta envergadura. Piensen, por ejemplo, en los GAL.

Cualquier cosa que arremeta contra nuestra democracia, contra los débiles cimientos de nuestra forma de vida (envidiable, por cierto) debe erradicarse sin dudas, sin pensar en nada que no sea poner a salvo lo más importante que tenemos todos los españoles: nuestra libertad colectiva y las libertades individuales.

Pablo Iglesias fue el objetivo. Podría haber sido cualquier otro rival político del Partido Popular. Y estaría escribiendo lo mismo. Lo que es malo para una persona es malo para todos; no nos podemos consentir pensar que algo que daña las libertades puede ser utilizado sin problemas en según qué casos.

Policías corruptos, periodistas corruptos (sí, un periodista que se mete en este jardín es un corrupto), políticos corruptos. ¿Cómo puede un español cualquiera confiar en su entorno? El destrozo que supone saber que ha existido una policía patriótica funcionando sin control judicial alguno, es decir, la fuerza armada de las cloacas del Estado español, es demoledor. ¿Nos podemos fiar de algo o de alguien? Si la policía carga contra lo que tiene que defender ¿qué podemos esperar?

En periodo electoral, cuando todos tendríamos que estar ilusionados por poder ejercer, en unos días, un derecho que ha costado miles de vidas, nos vuelven a recordar que algo huele a podrido desde hace muchísimos años. Una pena. Ah, y José Manuel Villarejo vuelve a estar en el fango. No falla.