Angostillo

Por dentro

Image
Isidro González IsidroGonzez
18 abr 2023 / 04:32 h - Actualizado: 18 abr 2023 / 04:32 h.
"Angostillo"
  • Por dentro

TAGS:

Ha sido tan grande, tan plena y tan densa la Semana Santa que hemos vivido que merece volver de nuevo sobre ella para rememorar más momentos que dulcemente nos aprisionaron el corazón encontrándonos con las imágenes sagradas del Señor y su Madre Dolorosa. Han sido tantos y tan excelentes estos encuentros del espíritu con la materia hecha belleza, luz y música en las calles de Sevilla, que espigar solamente algunos de ellos no es tarea fácil. Pero que este recuerdo escrito nos haga seguir aprendiendo, cada vez más, sobre la esencia y la grandeza de las cofradías.

¡Cómo iban los pasos de la hermandad del Amor! Impresionante el crucificado en la noche del Domingo de Ramos llenándolo todo con su nombre y su cruz que parecía salirse de la anchura de su paso. Y bellísima la Virgen del Socorro, refinada elegancia en el vestir, flor, cera, joyas, penitentes tras el paso y detrás la música, todo un mundo de belleza concorde realzada este año con la impecable restauración del manto procesional, una obra postergada en el tiempo que ha tenido el éxito como resultado final. Y lo mismo podemos decir de la hermandad de las Penas de San Vicente, rematada exquisitez en los pasos de Jesús caído que nos mira desde el suelo y de su Madre que mira al cielo, cuya vuelta a San Vicente a los sones de la banda del Maestro Tejera es testigo y modelo de la mejor Semana Santa intemporal.

Espléndida también la cofradía del Dulce Nombre, imponente el andar siempre de frente del misterio de Jesús ante Anás y la gracia del palio de la Virgen del Dulce Nombre moviéndose elegantemente en la noche al son de la música impecable de la Oliva de Salteras. Y qué decir de la cofradía de San Bernardo, puro sabor de la Sevilla popular que nos acoge a todos ante sus sagradas imágenes, Salud y Refugio, ambos pasos maestros, como los varales, de nuestra Semana Santa. Y la de la Exaltación, grandioso por todos los lados por los que se contemple el paso de misterio, y esmerado, como libro del que estar siempre leyendo, el de la Virgen de las Lágrimas: ángeles pasionistas esquineros, tisú azul, cera con cristal, espadañas con campanitas... Lástima que el regreso de esta y de las demás hermandades del Jueves Santo no se deguste con calma por la cercanía de la noche santa.

En la Madrugada, serenamente grandiosa la entrada de los dos pasos de la Macarena en Campana -en su son la banda de la centuria, en su sitio las marchas de la Virgen de la Esperanza que anidan en nuestra memoria-, que convirtió el tópico conocido en una hermosa realidad nueva cada año. Y la cofradía del Calvario, admirable en todo y por todo, “sobrecogía el ánimo y taladraba el aire de la noche” tal como la vivió el poeta Juan Sierra. El Viernes Santo, los clásicos pasos con las imágenes sublimes de las hermandades de la Carretería -romanticismo hecho caoba y plata- y de San Isidoro -oro vuelto madera y metal- fueron cuatro pilares de belleza absoluta y lecciones buen gusto sobre los que sustentar el mensaje de Jesús y de María en la Pasión según Sevilla. Y dejando aparte el colofón del Santo Entierro Grande -bordados de Pasión, música de la Amargura, redoble de tambor del Cachorro...-, el Sábado, la hermandad de la Soledad de San Lorenzo, estrenando la Virgen nueva saya que recupera el dibujo de una anterior del siglo XIX, caminaba entre saetas con preciosa prestancia antigua hacia San Lorenzo, en una estampa postrera grabada a fuego en la noche de Pascua de esta Semana Santa plena y dichosa.

Dejando aparte el comportamiento de cierta parte del público que ha contemplado o acampado junto a nuestras cofradías, no podemos obviar el olvido benigno que merecen aquellos adornos, principalmente florales, excesivos o fuera de contexto en muchos de los pasos donde lucían, en ocasiones más cercanos a la estética de hermandades de gloria y que no lograban su cometido de embellecer las escenas pasionistas que estamos reviviendo. Y junto a ello, también ha estado de más el repertorio musical estridente y fuera de lugar en algunos pasos -a buen seguro que de gran calidad interpretativa- pero muy poco adecuado para acompañar los momentos de la Pasión del Señor que deben realzar con sus acordes. Marchas raras y novedosas que ocupaban el espacio de las grandes composiciones clásicas que están en la evocación y en el deseo de ser escuchadas por los hermanos y devotos. Obras con abusos de percusión, cambios de ritmos e introducción de aires extraños al corpus consolidado de nuestra música procesional, que desvirtúan el sentido mismo de su acompañamiento, que es hacer hermoso el dolor de la Pasión, no ruidoso ni chabacano. Lo mismo que si fuera para los cultos internos de las hermandades, toda ocurrencia musical no vale ni puede valer para escoltar a nuestras cofradías -muchas de ellas con imágenes portentosas de siglos- en la calle, pues se corre el riesgo de transmitir un mensaje equivocado, escasamente cofrade y religioso, y de fomentar un público desorientado, no precisamente devoto. Aquí tenemos una asignatura pendiente de nuestra Semana Santa que cada vez puede ser más difícil de corregir.

Y como zumo exprimido de los frutos de toda la semana, quedémonos con la estación de penitencia personal e íntima, la de cada uno en su hermandad, donde revestidos a solas con nuestra túnica nazarena hemos acompañado a las imágenes de nuestra devoción. Hermandades de nuestras familias, prolongaciones cálidas y amables de nuestro hogar y de nuestra historia, que vivimos como días de fiesta sentida en el calendario. Estación de penitencia con nuestros hermanos, nuestros hijos y nuestros amigos, que nos abre y expande a todo lo que más queremos y nos ata y encierra con lo que más amamos, dejando bien alto y claro que la procesión de verdad, la más auténtica -por mucho que hablemos y comentemos en este tiempo los cofrades-, es la que va por dentro.