Nos hemos acostumbrado a convivir con algunas cosas que, en principio, resultan inaceptables. Es tal la desidia, el desconcierto y el hartazgo, que millones de personas ya miran la realidad sin interés alguno y sin un mínimo de pasión. Nos hemos acostumbrado a que nos engañen delante de nuestras narices sin que podamos reclamar porque sabemos que nada se puede hacer; nos hemos acostumbrado a que nos roben y hemos llegado a perdonar delitos muy graves a un chorizo porque es hermano de no sé quién o al político del partido que más nos gusta. La pregunta es: ¿qué tiene que pasar para que no votemos al mismo partido o al mismo candidato de siempre? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a tragar?
Esta campaña está siendo retorcida, yo diría que bastante sucia. Pero, sin duda, está siendo la campaña de la deshonra y del escándalo. Lo verdaderamente singular es que los votantes, por ejemplo, del PSOE, no van a cambiar su voto después de conocer que su partido está claramente involucrado en la compra de votos por correo en Mojácar (si tus candidatos están enfangados, el partido también, guste o no guste), después de escuchar que pueden estar metidos en el ajo del escándalo de Melilla, después de conocer que el número dos del PSOE por Santa Cruz de Tenerife ha sido detenido tras una pelea, o que el juez ha pedido investigar al número tres del PSOE andaluz por el secuestro de una concejal en Maracena. Es que más no se puede pedir para embarrar una campaña; y más cuajo no se puede tener para seguir pidiendo el voto sin inmutarse después de semejante cúmulo de despropósitos. Aunque, insisto, lo más sorprendente es que los votantes del PSOE seguirán siéndolo a pesar de todo esto.
No es bueno pasar por alto estas cosas como si fueran menores porque son esenciales. Sin toda esta basura nuestra democracia sería más y mejor. Con todo este estercolero (he puesto de ejemplo al PSOE porque en esta campaña está acumulando el mayor número de escándalos y los más sobresalientes, pero no se libra ninguna formación política) nuestra democracia esta en peligro y un día llamarán a nuestra puerta y no habrá nadie para defendernos.
¿Por qué votamos a los malos o a los que podrían serlo? No se me ocurre nada distinto a la estupidez. Lamento decirlo, pero sólo un país de necios pueden votar a los malos.
No he podido evitar acordarme de este poema:
«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
ya que no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
ya que no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
ya que no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
ya que no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar».