Postureo

Image
10 may 2016 / 21:09 h - Actualizado: 10 may 2016 / 21:11 h.

Cañas del viernes en el bar de siempre. Me río con ganas de un chiste algo subidito de tono que cuenta un colega. No recuerdo el tenor, pero créanme que era cosa de patio de colegio. Al rato, y siguiendo ahora el discurso de otro amigo que nos cuenta con mucha gracia sus preferencias en materia de mujeres, expreso jocosamente –oh, sí, es verdad, soy una mujer casada– mis gustos en materia de maromos. Desde el otro extremo de la barra, una compañera muy digna y ceñuda me mira y dice: «Vaya día tienes, Mara, anda, no bebas más». Respuesta: «Me temo que lo mío sea estructural, querida, estoy tomando cerveza sin alcohol desde que llegamos». Y es cierto; hace tiempo que hago trampas con la complicidad de las camareras y, en ocasiones, evito ingerir espirituosos. Las cervezas, sin alcohol, y los gin tonics, falsos: copa de balón, hielo, tónica y verduras de esas de moda, pero ni gota de gin. No lo había hecho público antes porque mi abstinencia podría cortarles el rollo al resto de parroquianos, pero lo cierto es que soy perfectamente capaz de entrar a la broma estando sobria.

Y digo yo, ¿por qué algunas personas –me temo que, mayoritariamente, las mujeres de mi quinta, nacidas en los sesenta- hacen que se escandalizan cuando los chascarrillos, sin ser en absoluto soeces, rozan el «único tema»? ¿Por qué repiten hasta el aburrimiento que prefieren los hombres que les hagan reír (sic) y luego están más serias que un zapato? ¿Por qué si participas activamente en un sarao social siempre hay alguien que piensa que vas pasada de copas? ¿Por qué nos cuesta tanto soltarnos y reír con naturalidad, sin poner caritas? Francamente, no lo sé, pero son cuatro días y convendría disfrutarlos en lo posible.