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Primer retrato: Milán Kundera

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07 may 2020 / 21:28 h - Actualizado: 07 may 2020 / 21:31 h.
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  • Milán Kundera. / EFE
    Milán Kundera. / EFE

Inicio hoy una serie de artículos con una serie de personajes, que al igual que lo han hecho algunos autores plásticos –y autoras- llamaron mi atención hacia la reflexión. Esa misma con la que intento llamar desde estas páginas virtuales de EL CORREO a todos mis queridos lectores, para que nos sea productivo este Estado de Alarma -pocas veces mejor llamado a este tiempo de confinamiento- en el que debemos cuestionarnos muchas cosas.

Comenzaba diciendo cuando empecé a redactarlo, que la envidia no conoce límites ni fronteras y alcanza al más pintao que se dice vulgarmente y a poco que uno se descuide le alcanza de frente y ¡¡¡zas!!!, en toda la boca. Puede que esté provocada por muchas cosas, principalmente por el dinero, el magnetismo sexual, el éxito, el carácter del envidiado o las cosas más insospechadas que seamos capaces de imaginar. En el caso de Kundera es posible que la delación, las injurias y la envidia que padeció a lo largo, pero sobre todo casi al final de su vida, formaron como suele ocurrir siempre, una trilogía difícil de separar y aunque aquí, como en toda vida humana, haya habido momentos de luces.

Tengo ahora mismo en mis manos el recorte de El País del 14 de octubre de 2008 donde un Milán Kundera después de haber alcanzado notables éxitos, sobre todo con su novela “Historia de los amores ridículos” y otras q tal vez no tuvieron tanta repercusión en librerías, editoriales o lectores españoles, se defendía de no haber delatado a nadie y de las acusaciones que sobre él recaían de haber colaborado de joven con la policía comunista checa.

Acusado en falso, afortunadamente pudo defenderse aunque fuese por teléfono desde la que era su casa de París. Hoy en que el amarillismo, el sensacionalismo, los bulos y fakenews se extienden como una mancha de aceite por todo el planeta, sería más difícil desembarazarse de cualquier etiqueta que alguien nos quisiera colocar.

Sin la menor duda, los archivos policiales e incluso los Históricos Nacionales de un país que vivió bajo las dobles dictaduras: primero la nazi y después la comunista deben ser en sí mismos, enormes ejemplos de monumentos borgianos dedicados a la Infamia.

Informes, carpetas, expedientes, estanterías llenas de suelo a techo cargadas de legajos con juicios, acusaciones, condenas, reales o falsas como fue su caso, no pertenecen al género de la ficción, ni al del terror aunque desde luego se aproximan mucho.

Procedo a recortar fetichistamente la foto de un Kundera envejecido, no aquella en la que se encontraba en el meridiano de su vida que creo ya recorté con la intención de hacerle alguna vez algún collage, la mejor manera de evocarle, sino esta donde aparece como un anciano ofuscado, con el ceño fruncido y la mirada esquiva, cansado tal vez de protestar y de hacerse perdonar ¿por quién y de qué?, ¿de su atracción por las mujeres?, ¿de cómo se expresaba cuando escribía?, ¿de su tremendo y angustioso periplo vital?, ¿acaso de su pasado?, ¿qué pasado cómo si todo el mundo no lo tuviera?

Nunca analicé la Historia desde el punto de vista del tremendismo, pero es desde este, dónde solo puede explicarse una gran parte, sobre todo aquella que produce efectos devastadores, y considera que la humanidad sólo ha avanzado por ellos, así, que contemplando la foto de agencia de un KUNDERA que ya pasó también a mejor vida, es cuando acepto que este, bien puede ser un punto de partida. O de llegada, dada la situación extremadamente peligrosa por la que estamos pasando en este mismo momento. Ahora. En cualquier lugar del mundo. Por cualquier psicópata instalado en el poder. Como puede que en efecto haya sido siempre así. Cualquiera de los emperadores romanos por ejemplo, los faraones, los sátrapas, Alejandro Magno, Gengis Kan, Mao Tse Dong, Hitler, Stalin,...¿qué eran?, ¿en nombre de qué, por qué y a costa de quiénes se han producido todos los magnicidios, las conquistas, reconquistas, o llámeseles como se quiera.

KUNDERA tuvo la oportunidad de justificarse, revivir esas tensiones como aquel que tuviera que narrar la vida en el Gulag o en un campo de concentración del que lograra escaparse. El horror revivido en su interior como una pesadilla, una y otra vez, cada ocasión en que se mirara al espejo y apreciara una cara de boxeador noqueado que le devolvía su imagen del otro lado, el del pasado nunca olvidado, nunca cerrado, ni siquiera ahora q nos encaminamos cada día más cerca a la debacle.

Kundera nos advierte hoy, como lo hicieran también Primo Levy en sus libros o como lo hiciera Sábato en sus informes y declaraciones, o cualquier emisario del Apocalipsis, que la Historia tiene inclinación por repetirse por más que Heráclito nos dijera que no nos bañaremos nunca en el mismo río o no lo quieran aceptar todos los negacionistas que pretenden imponernos que lo que cambian no son las personas, sino los hechos. Las personas pueden sustituirse, los hechos van a depender de lo que hagamos.

Y bueno, como siempre: ¡Salud y paciencia hermanos, y a reflexionar en la que se nos viene encima si es que no la tenemos ya!