Prohibido piropear

Image
19 may 2018 / 18:46 h - Actualizado: 19 may 2018 / 18:49 h.

Hasta hace no mucho se trataba de algo opinable, inscrito en valoraciones sobre el buen gusto y la educación. Pero por lo que se ve, va camino de convertirse directamente en un delito y se estrechará el margen para discrepar de algo que tendrá rango de ley. Porque la Asamblea Nacional Francesa ya lo ha aprobado, y todos sabemos que España es muy de ir siguiendo la estela de su vecino del norte en cuanto a las transformaciones sociales y tal. Me estoy refiriendo a la decisión de la cámara francesa de castigar con multas de entre 90 y 750 euros a los hombres que piropeen o silben a las mujeres por la calle. ¿Guapa yo? ¡Hala, a la policía que vas!

Particularmente a mí lo del silbido siempre me ha parecido muy poco fino, muy de cabrero serrano, y nunca he sido yo de que me pastoreen. ¿Pero un piropo? ¿Que me digan bonita, chula o agraciada? Mucho mejor que fea, ¿no creen? No sé si debería decir mucho esto, porque he visto en la televisión una encuesta callejera para que las mujeres opinaran sobre esta decisión de la Asamblea francesa, y he observado que todas las entrevistadas que más o menos toleraban los piropos («si eran bonitos», claro) habían cumplido de sobras los sesenta y más, así que el mío es sin duda un parecer anticuado y retrógrado. Pues me da igual.

Que nos repriman hasta las ganas de decir algo agradable a alguien me parece una soberana estupidez. Y eso referido tanto a los hombres como a las mujeres. Que me estoy acordando de las veces que le he dicho a un tío que estaba como un tren y estoy calculando la multa. No estoy hablando de una grosería, de una falta de respeto o una obscenidad. Hablo de un piropo, por dios. Equiparar un piropo a que alguien te siga por la calle, te acose o te manosee es como comparar a quien se para en tu puerta porque admira la decoración de tu casa con el que te roba la caja fuerte. Sin embargo, los promotores de la nueva ley, que está a falta de superar el debate en el Senado, sostienen que la frontera entre lo que podría considerarse un acto potencialmente molesto, incómodo o maleducado y un comportamiento sexual punible resulta tan inconcreta que es preferible frenar de raíz cualquier ocasión que impida a las mujeres caminar por la calle tranquilas y confiadas. Pues vale, porque siempre existirá la alternativa de denunciar o no a quien te suelte un requiebro.

Quienes tenemos edad de recordar cuando había siempre un cenicero en la mesa de nuestro escritorio y las cafeterías eran un espacio envuelto en una nube de humo, quienes hemos visto con naturalidad que unos padres dieran un azote a un hijo caprichoso, los que crecimos cuando niños y niñas iban a colegios diferentes y vimos trabajar a chicos de trece y catorce años... hemos tenido ocasión de comprobar cómo las leyes han ido transformando nuestros hábitos y nuestras ideas (o cómo el cambio de nuestras convicciones e ideales se ha ido reflejando en las leyes) y, con más o menos reticencias, hemos aceptado los beneficios de tal o cual restricción legal.

Ahora bien, en estos tiempos de tolerancia cero hacia tantas cosas, me gustaría recordar las virtudes de la tolerancia, no sea que de un extremo a otro vayamos sin discusión. Así que ¿tolerancia cero contra los piropos? Bueno, según y cómo.