En un programa de radio le preguntaban a los receptores qué es lo que más echaban de menos de lo que hacían antes de la pandemia. La mayoría contestaba que el contacto físico, no necesariamente sexual, simplemente abrazar a alguien, a los amigos, a las amigas, a los nietos. El abrazo es una comprobación empírica de que, en efecto, uno no está aislado del resto de los de su especie porque la vista es mucho más útil con el tacto, el olfato y todas las emociones que entre los tres crean.
El abrazo es un acto mediante el cual el calor de un cuerpo se unifica con el calor del otro, abrazar a un muerto es una dolorosa despedida en la que se siente el calor del frío, es como un deseo de volverlo a la vida, es un rechazo a tu propia muerte, la que te anuncia la persona querida que acaba de fallecer. Y como ya no está en este mundo preferimos apartarlo, que sea su recuerdo quien nos aporte calor, y mirar a quienes nos pueden regalar su energía porque todos estamos incompletos, eso de las medias naranjas es cierto, se ve desde en el mundo más lejano hasta en el de nuestra especie. Las partículas más elementales de nuestro universo se necesitan entre ellas y se unen por medio de fuerzas misteriosas. Se van uniendo en un proceso en el que paulatinamente aumenta la complejidad hasta llegar a la máxima complejidad que conocemos: nosotros mismos.
Si Dios existiera y su Creación fuera cierta, a pesar de que sólo empleara menos de una semana en la tarea, se la podía haber ahorrado casi en su totalidad, con sólo crear una partícula, eso que algunos físicos llaman “la partícula de Dios”, y ordenarle que evolucionara, hubiera sido suficiente porque esa orden hubiera desembocado en el humano. De hecho, esos físicos que buscan “la partícula de Dios” -y dicen que ya han comenzado a encontrarla- están interpretando así la Creación aunque puedan no ser creyentes.
La partícula de partículas más compleja se llama humano y necesita de otras partículas como él para sentirse vivo, el calor de su cuerpo no le es suficiente, su narcisismo tampoco, ni su prepotencia. No, precisa del abrazo del congénere y le es muy necesario abrazarlo, la soledad no escogida te va enfriando, te va congelando, uno se mustia como la flor más hermosa, abrazar a la persona amada es sentir la vida que a uno le falta, abrazar a un hijo o a un nieto es saber que ese calor eres tú, que aunque tu cuerpo deba morir va a seguir en cierta medida en este mundo, de ahí que no estemos preparados para que se nos muera un hijo o un nieto, por supuesto que no, eso es lo más terrible que le puede suceder a alguien, lo sé, lo he visto en otros y he sentido con fuerza ese dolor que por tanto no era del todo ajeno.
El abrazo de la persona amiga o amada es un poema que te dice que alguien existe y está ahí para echarte una mano en momentos cruciales. Un abrazo sincero es como el bolero aquel, “si tu me dices ven, lo dejo todo”. O como se decía antes: “silva y vendré a tu lado”.
La pregunta radiofónica me produjo unos momentos de reflexión. Sí, yo deseé no hace mucho algo que casi nunca deseo: abrazar a una de mis hijas, a la más pequeña, fue un momento, no suelo ser cariñoso, siempre me lo han dicho, de pequeño y ahora de mayor. ¿Qué echo yo de menos de lo que hacía o tenía antes de la pandemia? Para mí fue una pregunta compleja porque me di cuenta de que en mi caso no echo de menos casi nada porque lo que más extraño en la pandemia y antes de la pandemia ya no lo tendré jamás. Como cantaba Serrat, “Dios y mi canto, saben a quien nombro tanto”.