Mis alumnos, por regla general, no llevan reloj, llevan móvil. Cuando hace dos o tres años me preguntaban a menudo en los exámenes “¿qué hora es?”, primero me sorprendí y luego ya me fijé en que casi ninguno llevaba reloj. O ninguno. Al principio pensé qué cara más dura está echando este personal. Nada de eso, no llevan reloj, y como cuando se someten a un examen han de dejar algo lejos de sí mochilas, carpetas y por supuesto móvil, se quedan como John Wayne sin pistolas o como El Capitán Trueno sin espada y sin globo.
Por consiguiente (“Felipe presidente”) mi querido alumnado entrega su vida a un cacharro que por ahora no tiene la capacidad de ir detrás de uno como una mascota o de acudir raudo al silbido del dueño. ¿Qué puede ocurrirle a este gentío si se le acaba la batería al llamado smartphone en un determinado instante? ¿Sabrán el día en el que están, oh, mis adorables discentes? ¿Se acordarán de alguna de sus citas? ¿Se les estará arrugando el cerebro cual pasa? ¿Qué harán cuando ejerzan el periodismo y deban enviar una crónica en directo sin ver antes en el móvil qué hora es? ¿Escucharán el canto del gallo por la mañana si el cacharro está ronco? ¿Cómo procederán si necesitan un dato cualquiera y el chivato digital está indispuesto?
Ya dijo McLuhan en 1964 que las herramientas de la información son extensiones del cuerpo, pero entonces no había celulares, los celulares son como hermanos siameses de metal que, si se van de paseo, dejan al usuario como noqueado, como lobotomizado. Se empieza pidiendo la hora y se termina pidiendo que te explique dónde te has dejado la cabeza. “Tu cabeza soy yo”, responde el adminículo. La época de McLuhan era eléctrica y sin embargo el canadiense escribió entonces: “En la edad eléctrica llevamos a toda la humanidad como nuestra piel”. Ahora llevamos un chip debajo de la piel, como dicen que quiere Bill Gates. No hace falta inocularlo con una vacuna, el personal solo se lo instala y, encima, el poder queda como promotor de la libertad.
Hay eminentes cerebros escandalizados porque la sociedad se está llenando de cámaras por todas partes. La sociedad vigilada, dice Armand Mattelart. ¿Y qué? ¿Eso qué les importa a las personas que entregan su vida a una pantalla multiusos? La digitalización va abriendo poco a poco el camino para que Occidente termine como los habitantes de China, bien vigilados, y aquí nadie abra la boca porque lo verán con toda normalidad. Los que protestan contra la presencia de cámaras no tienen en cuenta que las nuevas generaciones no son ni peores ni mejores que otras sino distintas, cada vez queda menos rastro de rebeldía, cada vez sucumbe uno a los indudables encantos de un móvil con batería, igual que se procede con un mozo o moza de muy buen ver. Los móviles te dan un pinchazo de esos y te poseen para siempre introduciéndote un líquido adictivo. Habría que implantar ya la batería nuclear que durara eternamente porque no puede quedarse nadie sin mente de pronto, cuando más se necesita. En el fondo, todos somos vulnerables, que el gobierno abra otra vez la alcancía y nos dé subvenciones para mantenimiento y/o cambio de móvil.
Pasaron aquellos tiempos en los que se anunciaba en la tele un reloj Duward Aquastar, aún veo que los venden en Amazon, son chulos pero caros. Mirar la hora en un reloj es cuestión de segundos, más rápido que el viento y que hacerlo en el móvil, los relojes digitales actuales sirven incluso para mirar la hora, pero eso es lo de menos, a mí El Corte Inglés me ha regalado uno que se llama Xiaomi Mi Smart Band 6 Black. Me han dicho que es la leche, aún tengo que ir a recogerlo, no tengo prisa y no descarto que se me pase el plazo, ¿qué voy a hacer yo con un Xiaomi Mi Smart Band 6 Black? ¿Traerá el nombre de todas las gazpacherías de España, por lo menos? ¿Me dirá si por fin puedo comer paella auténtica en Sevilla en lugar de eso a lo que llaman paella? ¿Me regalará, aunque sea, medio kilo de rovellons? ¿Me interpretará el mundo desde un enfoque complejo?
Que el día de tu Primera Comunión te regalaran un reloj era el no va más. Ahora te lo tirarían a la cara, con o sin primera comunión. ¡Pero si los jóvenes tampoco llevan papeles! Mis alumnos no llevan papeles tampoco, llevan portátiles, mejor para los árboles, pero los papeles ecológicos dan su avío también. El alma, que era espíritu y por tanto lo contrario a la materia, ahora se manifiesta en forma de cuerpos con un ADN que se llama chips. Los tiempos cambian y las cabezas también. Lo que no tengo claro es adónde vamos o, mejor, es que no quiero ni escribirlo, empiezo a ser viejo y eso influye en la construcción de mis palabras.