La Tostá

Que no somos unos mantenidos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
26 ene 2021 / 08:54 h - Actualizado: 26 ene 2021 / 08:58 h.
"La Tostá"
  • Pedro Sánchez en Doñana. / EFE
    Pedro Sánchez en Doñana. / EFE

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Jamás un gobernante español ha puesto dinero de su bolsillo para que disfrutemos de un servicio público. Los servicios públicos salen de los impuestos, o sea, de los ciudadanos, que trabajamos seis meses del año para el Estado, Sí, de los quinientos artículos que hago al año, la mitad los cobra el Estado y estoy harto de que me tiren a la cara la sanidad pública, la posible pensión que a lo mejor empezaré a cobrar dentro de tres años, si alcanzo algo, o la tranquilidad que me proporcionan las fuerzas de seguridad del Estado. Nada de esto es gratis. Por tanto, ya está bien. Pago el agua que me bebo, la comida que me mantiene, la luz con la que me alumbro, la ropa que me abriga, la tecnología que me permite trabajar y comunicarme con mis congéneres, los periódicos que me informan y hasta los zapatos con los que ando. Nadie del Gobierno me ha llamado jamás para saber si necesito algo, con esto de la pandemia, a pesar de que llevo media vida pagando el autónomo, cuyo recibo se cobran cada mes tenga o no saldo en la cuenta. Claro que estoy orgulloso de que tengamos una buena sanidad y buenos servicios públicos en general. Y hasta de que alguien que viene de fuera con problemas tenga mis mismos derechos como ser humano, sea negro, amarillo o marrón, venga de África o de Asia, sin papeles o sin ellos. Acepto el sistema, aunque algunas cosas me jodan terriblemente. Por ejemplo, la casta política que tenemos, que es la peor de Europa con diferencia. Una casta gobernante que me exige sacrificio como ciudadano, cada día más, pero que no renuncia a ninguno de sus privilegios y que, en cuanto me descuido, me roba miserablemente. Sí, el que le roba al Estado me está robando a mí, porque el Estado somos todos, o eso dicen. Le pago las vacaciones al presidente del Gobierno, que gana una pasta, y hasta a sus amiguetes de la infancia y ni siquiera sé cuántos comieron y bebieron con mi dinero el pasado verano. Hago lo mismo con la seguridad del vicepresidente, aunque en la urbanización donde vivo nunca haya visto a la Guardia Civil. O sea, como ciudadano aguanto más que un martillo enterrado en manteca, pero estoy hasta el gorro de que me hagan sentirme un mantenido social, a veces con menos derechos que quienes se han tirado toda la vida a la bartola.